domingo, 6 de junio de 2010

Casa Real de los Duchileas.









Doña María Duchicela Nanguai

Le anteceden María Duchicela, conocida también como Sulca, hija de Gaspar Duchicela e igualmente María Duchicela Carrillo, hija de don Juan Duchicela respectivamente, tía bisabuela y tía abuela. Doña María Duchicela Nanguai debió nacer entre 1620 y 1625, falle­ciendo en 1700, en avanzada edad. Fue hija legítima, en matrimonio de don Antonio Duchicela y de doña Francisca Nanguai.

Doña María residió en la Villa de Riobamba, según Jacinto Jijón y Caamaño, "vino a Quito en 1644 a seguir ante la Real Audiencia pleito para conservar el derecho del cacicazgo de Yaruquíes y más tarde tuvo otro proceso con su marido ante el mismo tribunal. Consta además que dicha María era de nobilísimo linaje descendiente de los incas (19). En todo estuvo acertado el Sr. Jijón y Caamaño, menos en considerarla descendiente de los Incas. Los Duchicela, raíz del árbol genealógico, mantuvieron pura su estirpe llactaya, aunque mezclaron varias veces con la nobleza mitma.

De igual suerte, Mons. Silvio Luis Haro Alvear, enterado de los sucesos de esta familia, proporciona singulares apuntes sobre doña María Duchicela: ...fundó la casa de huérfanos en Quito a costa suya. Además tuvo una actuación valiente, convencida de la legitimidad de sus derechos reales, y dotada de singular belleza y de talento extraor­dinario se traslada a Quito para litigar personalmente en contra de tantos opositores de la cepa Duchicela que se creían con derecho a conservar el cacicazgo de Cachulima, el señor príncipe Duchice­la (20).
A todo esto agregamos estos apuntes sobre la antedicha Duchicela: ...Finalmente se estableció en la capital de la Audiencia y tuvo casas en el barrio del Hospital, en la calle que conduce a San Sebas­tián, como consta en los libros de cuentas de los años 1643-1660, en el pago que hace a Hernando Espinosa por la composición a que ha sido admitida por tener tienda de pulpería en las casas de doña María Duchicela por el barrio del Hospital (21). En 1731, doña María Olmos, india natural de Quito, vendía a Cristóbal Monpa la casa en la Ronda que había sido antes de María Duchicela.
Doña María se traslada a Quito en la flor de su edad, cuando con­taba los 24 años; aunque había sido prematuramente ajada por un matrimonio que no dio los resultados esperados. A pesar de eso, se revela en los perfiles de su rostro la sensitiva línea del Chuyuc, el urco moreno de su comarca; su rostro ovalado, gracioso, finamente recor­tado, parecía ser la réplica de Quera Aillo en los dorados atardeceres de invierno; sus ojos grandes, redondos, brillantes como los capulíes chauchas de Tunshi, tenían su propio lenguaje y eran mayormente luminosos que éstos, en la humedad del invierno. La boca, con labios un tanto carnosos, al hablar o en la sonrisa parecían los frutos maduros de la pitahayas. Cabellera negra, abundante, cuando recogida en huango en la envoltura de la faja, le caía a las espaldas en grueso moño. Eso era, en suma, doña María Duchicela, caminando sobre cuerpo menudo, delicado, esbelto, envuelto en rebozos multicolores y telas finas y atiborradas de encajes. Su voz, sea en la runa shimi o en el habla de la shuya, era dulcemente femenina, cascada de espuma que se descolgaba en murmullos. Esa era precisamente la singular belleza de que habla Mons. Haro, unida a su talento extraordinario.

Llegó a Quito en el esplendor de la vida, cuando logra con gallar­día desprenderse de ese su marido que le había hecho infeliz. Hacia 1687, encontramos en la Villa de Riobamba a una doña María Duchicela c.c. Melchor Benavides, alguacil mayor de los naturales de la Villa de Riobamba (AHR/CCE. Sec. Prot.; fols. 349v y 350). Otra María Duchicela aparece en 1659 viviendo en el pueblo caranqui con su pariente Pedro Duchicela; estaba casada con Juan Álvarez y fue un personaje respetado en ese mundo de las jerarquías indias. ¿Cuál de los dos es la María Duchicela a la que estamos estudiando en estas páginas? En ningún documento encontramos la filiación, adrede ella la sepultó en el olvido, delicada venganza femenina que privó a la histo­ria de su presencia. En la ciudad, llegó a casa de la parentela, pues no pocos de estos indios nobles residían en Quito.

De esta época, quizá la más crítica para doña María, ofrece algu­nos datos el P. Jacinto Morán de Butrón, en 1697, al hablar de la Santa Mariana de Jesús. Estos mismos los glosa, con poca o ninguna fortuna, Enrique Villacis Terán. Escuchemos la versión más antigua sobre doña María: ...doña María Duchicela, india de nación, si bien de linaje nobilísimo, por ser descendiente de los ingas de este Reino (?) cacica principal del pueblo de Yaruquíes en la jurisdicción de Rio­bamba, en el entendimiento sobresaliente y en su virtud singularísima criatura son diversos y muy raros (22). Respecto al encuentro de ésta con Mariana de Jesús refiere que fue en la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles a oír una misa y encomendar a tan gran Reina el feliz despacho que pretendía, ostentando profanidad en el vestido, en el ámbar que respiraba, en las joyas de su adorno y en la peregrina belleza de su rostro (23). Hizo amistad con la ilustre quiteña conser­vando su recuerdo e influencia en todos los actos de su vida. Según refiere el autor vivió después de su llegada en la casa de un hombre de apellido Prado; nos parece que debió ser en casa de su parienta doña Francisca Duchicela en los altos de Santa Bárbara. Después de los devaneos, lujos y licencias prohibidas, murió en el año 1697, en vir­tud, ejemplo de piedad y edificación; es decir, la presencia de una pecadora arrepentida, cuando se ajó su belleza con los años y los pla­ceres del mundo (24).

Esa fue la mallu (María) iluminada de belleza, que conoció Mariana de Jesús y aunque peregrina la hermosura de su rostro fue lo que la ciudad de Quito pudo admirar por muchos años, sea en sus angostas calles o en la celosía de sus balcones adornados de geranios coloridos y frescos. Debido a las frustraciones del matrimonio, luego deshecho por la separación, inició la "vida de corte y devaneos" oca­sionando, no pocas veces, graves escándalos en el barrio del Hospital. A1 fin allí, por contar con los medios económicos suficientes, adquirió una casa en la que vivió hasta su muerte, rodeada de una corte de sir­vientas y artistas en la escultura y en la pintura.

La belleza de doña María trastornó a los quiteños. En ese pequeño mundillo de la sociedad colonial, los mancebos lujosamente ataviados comenzaron a frecuentar el barrio a fin de participar en los saraos que, de vez en vez, tenían lugar allí. Doña María, ataviada con vestidos de tafetán y raso, bordados con hilo de oro y lentejuelas, inquietó siempre al mocerío de los diferentes barrios y, cuando acudía a misa con todas las galas y el séquito de sirvientas fue la comidilla de la nobleza, de las criollas y mestizas, que por el hecho de su hermosura la tenían especial ojeriza. A doña María nada le importó; era su vida, su cuerpo y su alma y de ellas podía disponerlas como a bien tuviera. El juicio de divorcio planteado a su marido, un jayán sin nombre, apegado a ella por su riqueza y hermosura, fue motivo para el chismorreo cruel de aquellos tiempos, en que señoras, doñas y caballeros se especializa­ban. La Duchicela, así la nombraba la gente del barrio; no sólo porque vivía en lujo y esplendor, sino que en sus fiestas particulares, carnava­les, pascuas y pases de Niño, lo hacía con mucho derroche y pompa, de suerte que a ellas acudían la flor y nata de la nobleza criolla de la ciudad y no pocos mozos gozaban de sus privanzas.

No tiene fundamento lo dicho por Morán de Butrón y luego por Villacís Terán: después de la misa, entraron en conversación (Maria­na de Jesús y María Duchicela). María presentóse y al oír el nombre, elogióle la santa, así como elogió a la cara, la cual debía ofrecerla a Dios. Pues la Duchicela, pagada de su hermosura, demostraba mun­danidad en toda su persona (25). Su conversión, si la hubo, no debió acontecer de inmediato como da a entender los autores citados. Si la Duchicela llegó a Quito en 1644, cuatro años después del hundimiento de Cacha, algunos documentos prueban que es inverosímil que aconte­ciera aquella milagrosa conversión en el encuentro mismo, con la santa quiteña.

El 9 de noviembre de 1648, cuatro años después de su llegada, por auto y decreto se condenó con la multa de diez pesos de a ocho reales al ayudante Luis Salinas y a doña María Duchicela, a cada uno, la noche que fueron aprehendidos según consta y parece del dicho auto (26). El alguacil y los corchetes que andaban a caza del pecado público, sobre todo el denominado de mancebía, sorprendieron al ayu­dante Luis de Salinas que mantenía relación ilícita con la Duchicela. Esto dio pábulo a que la gente del barrio murmurara de las costumbres del personaje. Testimonio de este hecho encontramos hacia 1675, cuando el capitán Benedit y Arruntiner, comerciante de Cuenca, ven­día a doña María Duchicela telas muy finas según se ve en los siguien­tes textos: ...20 varas de color, las 10 de color carmesí y las otras 10 de color verde y las 10 varas de tafetán morado 240 pesos.

Esta reclamaba airadamente al comerciante que cumpla con su compromiso, para lo cual tuvo que presentar algunos testigos, cuyas declaraciones clarifican datos históricos sobre el personaje, a saber: Doña María Duchicela vivía y tenía casa en el barrio de El Hospital y una de las declarantes, doña María Calatayud, comadre de la Duchi­cela y que vivía en su casa, hacia saber que tenía aquel parentesco espiritual "por haber sacado una hija de este testigo de la pila" (27). Para el esclarecimiento del caso, doña Josefa Mañay, natural del pue­blo de San Luis, en Riobamba, por vivir en su casa y por sirviente de la misma por cuatro años, confirmó los hechos para esa averiguación.

Preguntado el testigo Marco Iza, indio natural de Pujilí, oficial de escultor, ladino en la lengua de Castilla, que vivía en su casa y que per­tenecía al aillo de Miguel Cando, encomienda de Miguel Negrete, de 30 años, dijo: Le entregó veinte varas de tela, las diez de ellas verde y las otras diez de carmesí y diez de tafetán morado y un pedazo de raso bordado con hilo de oro y lentejuelas (28).

El dato resalta el lujo y esplendor de doña María. Ella gastaba 240 patacones al adquirir mercancías destinadas a engalanar su cuerpo. La sentencia sobre este punto la dio el propio Alonso de la Peña y Monte negro, Presidente de la Real Audiencia y Obispo de Quito. Hallamos que debemos de manda y mandamos al dicho don Antonio Benedit Herruy tener que dentro de diez días entregue a la dicha María Duchicela las dichas veinte varas de tela de tafetán pecho bordado y cuatro patacones. Y en su defecto los dichos doscientos y quince patacones de su valor para lo cual se despache provisión con fuerza de sobre carta y reservamos su derecho al dicho don Antoni Beneditt para que use de él contra Francisco Zebrín como bien le convenga y por esta nuestra sentencia definitiva. Así lo proveímos y mandamos con costas. Alonso Obispo de Quito (29).

Según los documentos, lujos y vanidades de doña María Duchicela se acentuaron hasta 1675. Mariana de Jesús moría hacia 1645, treinta años después, la Duchicela continuaba siendo esplendorosa; ello echa por tierra las afirmaciones de los autores que refieren el encuentro decisivo y milagroso entre dos personajes femeninos de muy diferente manera a las páginas de la historia en nuestra patria.

Entre 1676 y 1670, cuando doña María Duchicela tenía la edad de 44 0 50 años, ocurrió aquel profundo cambio espiritual, abandonó sus lujos, dedicándose a la vida contemplativa hasta su muerte acaecida en 1697, pocos años antes de fenecer el siglo XVII. A partir de la fecha en que funda el hogar o casa de huérfanos con hasta 20 niños, a quie­nes mantiene a su costo hasta que puedan por sí solos valerse en la vida. La tradición habla de su vida sujeta a una constante mortifica­ción física.

Por ello, después del pleito entablado en torno al señorío de los Duchicela, cedió ante su hermano Juan Roberto. Igualmente, en el año 1693, encontramos en la propia ciudad de Quito a una parienta muy próxima, doña Francisca Duchicela: natural y cacica que dijo ser del pueblo de Yaruquíes, vendiendo una casa y solar de tierras en los altos de Santa Bárbara a don Francisco Cargua, por 380 pesos (30).

La afamada Duchicela asumió el mando, pero se opuso tenaz­mente a que Juan Duchicela Carrillo y su propia madre, Francisca Nanguai, retuvieran por más tiempo el señorío; ya que legítimamente le correspondía a su hermano Juan Roberto Duchicela que había que­dado en edad pupilar, para ejercer el cargo según las leyes de la suce­sión. María Duchicela, sin haber sido señora de sus aillos, fue uno de los personajes sobresalientes entre los Duchicela en el siglo XVIII y su memoria, tanto por su hermosura, talento e incluso sus devaneos juveniles y luego su santidad, semejante a la de Agustín de Hipona, fue un ejemplo real para los de su estirpe.


341 años de la Real Casa Duchicela

Mons. Haro expresa: los Duchicela de Nizac y Alausí viven en un profundísimo valle y están como apartados de la plebe; residen en el barrio de la Corona y no se casan jamás con los indios e indias del barrio bajo. Conservan con misterio la leyenda de los tesoros de Atahualpa, ocultos como un mito o símbolo sagrado en el "Cóndor Puñuna" o dormidero del Cóndor y se lamentan de la muerte de Atahualpa su pariente, por la reina Duchicela, por la cual visten de negro (52).

Sin embargo de fehacientes pruebas documentales que hablan de estos grandes señores, no falta quien dude de la importancia de la familia Duchicela. Entre ellos, soberbio e incrédulo, el profesor Aquiles Pérez concluye al referirse a los Duchicela: Hemos demostrado la genealogía de los Duchicela y, por sus testamentos, ellos nada dijeron tener mando sus antecesores en otro ningún pueblo que el de Yaruquíes; de donde inferimos que su tradicional reinado en el Puruguaya, y más aún en el Reino de Quito, no tiene fundamento (53). Peregrino razonamiento, por cuanto en ningún caso en el testamento debe constar lo que el autor pretende negar, la existencia del poder de mando 0 el señorío. Documentos del siglo XVI demuestran que los Duchicela sí tuvieron mando en Puruguaya Grande, en la Colonia, y con verdadero reconocimiento de su jerarquía en todo el reino de Quito, con anterioridad a la conquista española.

Primero Cacha, antes del hundimiento, y luego Yaruquíes, se convirtieron en asientos de mando de los Duchicela, especie de capitales informales de la dinastía para los conquistadores, y formales y ancestrales régidas para los indígenas. Los dos pueblos de indios, siguiendo la tradición de los antepasados, fueron el punto de partida de su señorío y gobierno que poco a poco fue debilitándose a medida que pasaban los siglos. Tampoco, la simple genealogía, como tal, puede demostrar lo que el autor citado pretende, pues no son más que esquemas básicos que en unos casos en forma ascendente y otros descendente, tejen la formación familiar y socio-económica de pueblos y regiones, según el caso. Por tanto, no es válida aquella afirmación del prof. Aquiles R. Pérez, en donde se advierte una evidente predisposición contra los Duchicela y la abierta y poco razonada a favor de los Puentos, los cuales aquí nada tienen que hacer.

Así, el esquema de la sucesión de los Duchicela, desde mil quinientos treinta y cuatro con Cachulima o Marcos Duchicela, hasta mil ochocientos setenta y seis, con Juan Guadalberto Lobato Huaraca Duchicela, se fija en este esquema y gráfico.


En los trescientos cuarenta y un años de sucesión permanente de la Real Casa de los Duchicela, de 1534 (Cachulima) a 1876 (Fco. Xavier Lobato Huaraca), casi sin interrupción alguna, correspondió el mando de la dinastía a trece personajes, cada cual más importante. A pesar de esta continuidad, mantenida no pocas veces con tenacidad, se complicaron las copiosas descendencias, fruto de dos o tres matrimonios sucesivos y numerosos hijos naturales o ilegítimos.
A partir del Cachulima o Juan Marcos Duchicela, hasta Antonio Duchicela, en total cinco sucesores, no advertimos históricamente problema alguno; al contrario, los siglos XVI y XVII fueron de entera paz en el gobierno de esta dinastía.
A la muerte de Antonio Duchicela, el sucesor quedó en la minoridad y se inician los encargos, especialmente en la persona de la propia madre del sucesor.
Igualmente el encargo a Juan Duchicela Carrillo, antes de que Antonio asumiera el mando, ocasionó grave trastorno en la sucesión.
A su debido tiempo se aclaró el asunto.
Sólo a partir de Juan Roberto Duchicela, al hacerse cargo de sus derechos se iniciaron bullados pleitos sobre la herencia y sucesión de esta dinastía, hasta concluir en poder de los Mayancela y los Lobato, alejados en los primeros tiempos en función de sus roles de señores de parcialidades como las de Cacha y Quera.
Las impugnaciones, las dudas, la incredulidad entre los historiadores en lo referente al reino de Quito y a sus señores naturales, mantenidas por muchas décadas, a partir de 1918, permitió que unos y otros acumularan suficientes evidencias para demostrar que los Duchicela no sólo fueron connotados personajes sino que ostentaron investidura de reyes y su dinastía aparece nítida desde la más remota antigüedad, hasta nuestros días.
Durante 450 años los descendientes de Inca Roca se constituyeron en salvaguarda de su dinastía.
Aunque en este capítulo nos referimos en particular a los descendientes de don Juan Marcos Duchicela o Cachulima, en la gentilidad, de repente en la línea aparecen algunos personajes. Así los Mayancela, pertenecientes a ramas distintas, a fines del siglo XVII y durante todo el XIX; se despedían del pasado, en cuanto a sus esquemas formales, mas no en su sangre y los aspectos etnográficos.
Indicamos en este capítulo que el mantayazgo de los Duchicela se fortaleció mediante mezcla con otros señoríos de la propia provincia, los Nangui, los Busten, los Tigsilema, los Llangurima, los Nitibrón, los Carrillo de Punín, Licto, Calpi, Niti y los de San Andrés respectivamente. Igual cosa se advierte fuera del valle o cuenca del Chambo. El apellido se extrapoló a Quisapincha con los Puninas, con los Quilago en Carcbi, otorgando continuidad y significado al apellido de las jerarquías sociales del reino de Quito.
Es posible que subsistan algunos errores de carácter interno o doméstico en lo relativo a los Duchicela, en su genealogía; y por lo mismo es preciso que en el futuro corrijan las torcidas inclinaciones de la historia.

El historiador Dr. Juan Félix Proaño estuvo en lo cierto cuando con gallardía y discernimiento concluyó ...Que existió en Cacha una antigua familia de estirpe real, llamada Duchicela, cuyos vástagos existen todavía en Yaruquíes.
En efecto; si fuera posible desentrañar la demografía del pasado, del presente y el futuro, fortalecido por la etnografía, toda la estirpe regia mostraría su esplendor.

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