jueves, 9 de septiembre de 2010

La monarquía ha muerto; ¡larga vida a la Corona! PERU



La monarquía ha muerto; ¡larga vida a la Corona!
Retorno: los movimientos realistas, que en muchos casos no son más que una minoría ruidosa, están echando raíz en toda Europa, inclusive en países con linajes extinguidos hace siglos.
Domingo 28 de diciembre de 1997 | Publicado en edición impresa

ESTRASBURGO.- Hace unos días el Parlamento italiano se pronunció en favor del regreso de la casa reinante de Saboya a la península, quebrando así una tradición de medio siglo de intransigencia.

Fue un voto cerrado (276 contra 204) que no llegó a abrir las fronteras al pretendiente del trono en Roma. Lejos está, en realidad, de hacerlo: la exclusión de la familia real está escrita con todas las letras en la Constitución de 1947.

Para modificar la Carta Magna hace falta que el proyecto sea votado por el Senado antes de volver nuevamente a las dos cámaras donde debe obtener, en segunda lectura, una mayoría de los dos tercios. Un largo recorrido legislativo que no sería raro que termine en punto muerto.

Aún así, el episodio tuvo la cualidad de recordar la existencia de infinidad de "altezas reales" que, como almas en pena, siguen en busca de los tronos perdidos a lo largo de este siglo acompañados siempre por un grupo de nostálgicos que sueñan con ser, en la mayoría de los casos, parte de su extendida corte.

Con el Muro de Berlín transformado en polvo, los movimientos realistas están echando nuevas raíces en Europa aun cuando, por el momento, no sean más que una minoría ruidosa.

Pero, aun cuando 7 de los 15 países de la Unión Europea tienen cabezas coronadas como jefes de Estado, es aquí donde los movimientos monárquicos hallan los huesos más duros por roer.

El caso del heredero italiano es un buen ejemplo. Víctor Manuel tenía 6 años cuando, en 1946, su familia abandonó el país al conocer el resultado del referendum que dio nacimiento a la República. Con esto en mente, muchos italianos abrigaban la esperanza de que el pretendiente no dudara en excusarse, en nombre de su abuelo, por haber sido el único soberano europeo que sancionó, en 1938, un paquete de leyes antisemitas.

Víctor Manuel no sólo se niega a pedir perdón sino que ha dicho recientemente que las leyes raciales "no fueron tan malas". Como si esto no fuera suficiente para defender su situación de indeseable, el hombre también se resiste a jurar fidelidad a la República. Y el hecho de que hace unos años fuera acusado de asesinar a un turista en la isla de Cavallo ayuda poco a mejorar sus perspectivas.

Un solo factor corre en su favor: el pasado ilustre de la familia Saboya como garantes de la unidad italiana durante el siglo pasado.

Con la república de Padania y el fantoche principado de Seborga trepándose a los titulares de los diarios, algunos quieren transformar a Víctor Manuel en un salvavidas de emergencia del actual Estado-Nación. Sus seguidores encuentran difícil, sin embargo, extender esa impresión a una población que tiende a confiar más en el factor aglutinante de la burocracia de la Unión Europea.
Vítores y leyendas nórdicas

Los problemas de los defensores de las monarquías son múltiples.

Algunos son de su propia creación (la lucha en Francia entre las dinastías borbonas, de Orleáns y bonapartistas es un importante obstáculo), otro producto de un pasado doloroso aún fresco (como lo ha probado varias veces el ex rey Constantino al intentar abandonar su exilio londinense para poner pie en las prohibidas costas griegas) o por la admisión del final de una era por parte de sus propios ídolos (el nieto del último emperador austro-húngaro Otto von Habsburg dio la espalda al trono para poder sentarse en el Parlamento Europeo). En Europa del Este, las cosas son distintas. Hasta 1989, los reyes y su geriátrica tropa parecían destinados a la extinción. Pero la caída de otro tipo de reino, el comunista, dio un tónico de juventud a sus ideales.

El ex rey Miguel de Rumania fue vitoreado por decenas de miles de personas durante su primera visita para la Pascua ortodoxa de 1992. El ex rey Simeón II de Bulgaria tuvo similar experiencia en 1996. En Rusia, miles de exiliados zaristas regresaron para ponerse al frente de las primeras empresas capitalistas lanzando al mismo tiempo un movimiento de reivindicación de la última familia real (la batalla dinástica entre el descendiente de Alejandro II, Georges, de 16 años, y los Romanov complica, sin embargo, su futuro).

Movimientos realistas comenzaron a surgir hasta en países donde el linaje monárquico se extinguió hace siglos.

Tales son los casos de Polonia, donde el rey Estanislavo II, depuesto en 1795, no ha dejado descendencia; Georgia, que cuenta con un popular pretendiente al trono que no habla una sola palabra de georgiano y cuya familia perdió el poder el 1801; y Estonia, donde es necesario remontarse a más de 600 años de leyendas nórdicas para encontrar respaldo histórico al partido monárquico que en 1992 llegó a colocar seis representantes en el Parlamento nacional.
Pasiones imperialistas

Pero las pasiones imperialistas de algunos no han hecho más que hacer temblar tanto a sus potenciales súbditos como a la comunidad internacional.

El ex rey Leka de Albania (cuya casa real fue creada por un dictador en 1928) obtuvo este año un 35 por ciento de los votos en un referendum constitucional efectuado en medio de tiros.

Un resultado remarcable si se tienen en cuenta los antecedentes de este gigantón de 2,10 metros de alto: fue arrestado en Tailandia por tráfico de armas en 1977, expulsado dos años más tarde de España por tenencia de explosivos y vive desde entonces en Sudáfrica donde mantiene un cuerpo de guerrilleros ("guardia real") que en 1982 hizo un fracasado intento de desembarco en Albania.

A Leka poco le interesa el concepto de monarquía parlamentaria. Su ambición es reinar con mano de hierro sobre todos los albaneses, es decir, no sólo los 3,5 millones que viven bajo la bandera nacional sino también sobre los que residen en otros rincones de los Balcanes, como Kosovo y numerosos enclaves de Croacia.

Similares ideas pasan por la cabeza de los partidarios de Alejandro de Yugoslavia. Su estirpe tiene larga data en Serbia, pero sus seguidores, que se nutrieron de ultranacionalismo durante el régimen comunista, no se cansan de recordarle que es descendiente de la casa real que creó en 1929 el nombre de Yugoslavia ("la nación sureña de los eslavos") tras poner bajo un mismo estandarte a Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Serbia, Montenegro y Macedonia.

En 1991, Alejandro fue acogido triunfalmente en Belgrado, invitado por el Movimiento de Renovación Serbia y Realista. Pero su permanencia en Inglaterra durante la guerra que estallaría meses más tarde, incluido el período de embargo al que fue sometida la ex Yugoslavia, redujo el número de adeptos.

Esgrimir la carta nacionalista para ganar el terreno perdido resulta una gran tentación. La jugada, sin embargo, es peligrosa. Alejandro no sólo se arriesga a echar leña a un fuego que todavía no se ha extinguido del todo sino también a contrariar a uno de sus "colegas": el príncipe Nicolás de Montenegro.

Este arquitecto, de 53 años, abandonó su hogar parisiense una sola vez para vigilar en 1989 el retorno de las cenizas de su bisabuelo, Nicolás I, al suelo nacional. La recepción fue tan positiva que desde entonces ha hecho poco por desalentar a los que sueñan con verlo abandonar la regla por el ancestral cetro montenegrino.

Por Graciela Iglesias

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