martes, 16 de febrero de 2010

ANÁLISIS HISTÓRICO-JURÍDICO DE LA NOBLEZA INDIANA DE ORIGEN PREHISPÁNICO

1.-LA NOBLEZA INDIANA DE ORIGEN PREHISPÁNICO.

No es mi propósito el realizar un estudio de los grupos dirigentes en la época prehispánica, ya que la rica diversidad cultural existente en lo que los españoles designaron genéricamente como Reinos de las Indias, harían necesario un estudio pormenorizado de este sector social en cada uno de estos pueblos, lo que excedería los límites temáticos y espaciales que nos hemos impuesto a la hora de realizar este breve análisis.
Heterogeneidad que sin embargo deberían tener en cuenta aquellos investigadores que, temerariamente, tratan en unas líneas de sintetizar una serie de características propias de las élites prehispánicas de una determinada región americana, pretendiendo con posterioridad atribuírselas -como norma general- a toda las élites continentales en la época precolombina.

Por tanto, en esta ocasión, únicamente abordaremos el estudio de esos grupos de poder o nobleza indiana de origen prehipánico durante la época de la dominación española. Las diferentes culturas que existieron en el continente americano antes de la llegada de los españoles poseyeron diferentes estructuras sociales -más o menos complejas- en las cuales y como rasgo común entre todas ellas, había un grupo dirigente que detentaba el poder y regía los destinos de las poblaciones y territorios sometidos a su mando.

Estas élites fueron las que los españoles se encontraron al descubrir y conquistar el Nuevo Mundo y fueron ellos, los que utilizando una terminología europea, identificaron a las élites prehispánicas, bien con la realeza, o bien con la nobleza europea del momento, según los casos.

De este modo, cuando los conquistadores se encontraron con un gobernante que tenía sometidos bajo su dominio amplias extensiones de territorio e incluso tenía por vasallos a los soberanos de regiones más pequeñas, procedieron a identificarlo en status con los emperadores del viejo continente -caso del Vlei-Tlatoani mexica, Motecuzohma II y del Sapay Inca del Tahuantinsuyu, Atau-Huallpa-. Mientras que a los miembros de sus respectivas familias, generalmente los denominaron príncipes. Así Fray Bartolomé de las Casas pudo sostener que los nobles indígenas eran "(...) tan príncipes e infantes como los de Castilla" . Mientras que Juan de Matienzo, en su Gobierno del Perú, afirmó que "Caciques, curacas y principales son los príncipes naturales de los indios" . Y en los conocidos Lexicón de Fray Domingo de Santo Tomás y de Diego González Holguín, así como en la obra de Ludovico Bertonio, fueron incluidas varias voces consagradas a identificar a la sociedad prehispánica, asimilando sus títulos antiguos a los de la sociedad peninsular . Pero los soberanos sometidos a la autoridad de Motecuzohma II y de Atau-Huallpa, también tenían por vasallos a señores de menor importancia. En ambos casos, la Corona les designó genéricamente -a ellos y a sus descendientes-, desde 1538, como caciques, término de procedencia caribe -popularizado desde el primer viaje colombino- .

Por otra parte, todos los indios que ejercían magistraturas o el gobierno de estancias o barrios bajo el control de Motecuzohma II, Atahu-Huallpa o de cualquiera de sus soberanos vasallos o de los vasallos de estos, recibieron la denominación de "principales" . Sin embargo, no todos los territorios de las Indias estaban habitados por culturas en tan avanzado estado de desarrollo como las sociedades mexica e inca.

En el Nuevo Mundo, abundaban los pequeños territorios sobre los cuales un jefe local ejercía su poder. Estos, a los ojos de los conquistadores, no podían ser comparados en status a Moctecuzohma II ni a Atau-Huallpa, por lo que les dieron también el nombre de caciques. El reconocimiento de los derechos de los señores naturales y de sus descendientes fue uno de los puntos más polémicos planteados al inicio de la dominación española. Y a pesar de que fueron muchos los argumentos lanzados en contra de tales derechos, lo cierto es que pudieron más las opiniones expresadas por Fray Bartolomé de las Casas, secundadas por numerosos autores a lo largo del siglo XVI -principalmente franciscanos-. Finalmente la Corona reconoció los derechos de los señores aborígenes en 1557.

Aunque como señala Delfina Esmeralda López Sarrelangue, a los deseos de justicia que impulsaron tal decisión, hay que añadir motivos políticos y económicos que decantaron la Real decisión en favor de los señores naturales . La Corona reconoció la nobleza de unos y otros a través de diversas disposiciones. Carlos II, por Cédula de 22 de marzo de 1697, estableció la equiparación de los descendientes de familias indígenas nobles con los hidalgos castellanos, debiéndoseles guardar desde ese momento las mismas preeminencias que a los hidalgos de Castilla, pudiendo así ejercer desde esa fecha los " "puestos gubernativos, políticos y de guerra, que todos piden limpieza de sangre y por estatuto la calidad de nobles".

Asimismo se les otorgaron numerosos escudos de armas con los que aderezar su condición social ; y por Real Cédula de 26 de marzo de 1698, se les autorizó a usar el tratamiento honorífico de "Don", antepuesto a su nombre . Incluso, ingresaron en alguna de las cuatro Órdenes Militares y en la Real y Distinguida Orden de Carlos III. Como ejemplo, citamos a Don Melchor Carlos Inga, caballero de la Orden de Santiago -desde 1606- y a su hijo, Don Juan Melchor Inga, caballero de la misma Orden -desde 1627-, ambos descendientes del Inca Huayna Capac y de la Coya Añas Calque . Si bien es cierto que este grupo nobiliario no era homogéneo ya que podemos distinguir dos grupos dentro de la nobleza indiana de origen prehispánico en la época colonial.

El primero de ellos, fue el representado por los miembros del linaje los soberanos Motecuzohma II y Atau-Huallpa. Mientras que el segundo, estaba compuesto por los caciques. A continuación pasaremos a analizar brevemente a estos dos grupos, prestando una mayor atención al segundo, debido a que el ejercicio de las facultades gubernativas tuteladas que la Corona les reconoció como descendientes de los antiguos señores naturales, les colocaron en un lugar preeminente no sólo en el seno de sus comunidades indígenas sino también en el de la sociedad colonial indiana .

2.-SITUACIÓN NOBILIARIA DEL LINAJE DE LOS SOBERANOS MEXICAS E INCAS EN LA SOCIEDAD INDIANA Y PENINSULAR (SIGLOS XVI-XIX).

Los familiares de los emperadores Motecuzohma II y Atau-Huallpa, últimos soberanos de sus respectivos estados, gozaron, en virtud de este parentesco, de especial consideración por parte de los monarcas españoles y de las más importantes familias tituladas castellanas.

Los primeros, además de reconocer su nobleza de sangre, les distinguieron desde el siglo XVI hasta el siglo XIX con diversas mercedes honoríficas, tales como la concesión de Títulos de Castilla y hábitos de las órdenes militares peninsulares.

Los segundos, entroncaron frecuentemente con ellos, siendo resultado de este mestizaje nobiliario el hecho de que aun hoy existan descendientes de la unión de linajes nobles originarios del Viejo y del Nuevo Mundo. Algunos de los descendientes de Motecuzohma II fueron agraciados por los monarcas españoles -desde el siglo XVII y hasta el siglo XIX- con Títulos de Castilla, en recuerdo de sus reales antepasados . Así, el Rey Felipe IV distinguió en 1627 a Don Pedro Tesifón de Moctezuma de la Cueva, caballero de la Orden de Santiago y nieto segundo del último soberano mexica, con los títulos de Conde de Moctezuma y Vizconde de Ilucán . La III Condesa de Moctezuma, Doña Jerónima de Moctezuma y Jofre de Loaysa contrajo matrimonio con Don José Sarmiento de Valladares, que llegó a ser virrey de la Nueva España. Doña Jerónima de Moctezuma murió antes de que a su esposo le nombraran virrey y cuando este nombramiento se produjo, el Rey Carlos II le autorizó a seguir utilizando el título condal de su esposa, aunque con la nueva denominación de Conde de Moctezuma de Tultengo.

Por los méritos contraidos durante su estancia en la Nueva España, el Rey Felipe V le concedió además, el 17 de abril de 1708, el título de Duque de Atrisco, con Grandeza de España de Primera Clase . Posteriormente, el Rey Carlos III otorgó la Grandeza de España de Primera Clase al Condado de Moctezuma de Tultengo . Ya en el siglo XIX, un descendiente del primer poseedor de la merced, Don Antonio María Marcilla de Teruel Moctezuma y Navarro, XIV Conde de Moctezuma de Tultengo, fue creado por la Reina Isabel II, Duque de Moctezuma de Tultengo , denominación que aun hoy mantiene este título nobiliario. También, el Rey Felipe V concedió en 1718 a Doña María Isabel de Moctezuma y Torres, Dama de la Reina, el título de Marquesa de Liseda . Asimismo, la Reina Isabel II otorgó en 1864 el título de Marqués de Moctezuma, a Don Alonso Holgado de Moctezuma, Teniente Coronel de Infantería y maestrante de la Real Maestranza de Caballería de Ronda .

Vasta revisar las genealogías de estos y otros individuos del linaje de los Moctezuma para darse cuenta de la gran cantidad de nobles españoles, titulados o no, que, desde el siglo XVI y hasta nuestros días, han emparentado con esta noble familia. Por señalar únicamente dos ejemplos, citaremos en primer lugar el caso de Doña María Isabel Francisca de Zaldívar y Castilla, descendiente al mismo tiempo del Rey Pedro I de Castilla y del Vlei-Tlatoani Motecuzohma II, que contrajo matrimonio con Don Nicolás Diego de Vivero, IV Conde del Valle de Orizaba . También, Doña Juana María de Andrade Rivadeneira y Moctezuma, novena nieta del Vlei-Taltoani Motecuzohma II, casó con Don Justo Alonso Trebuesto Davalos Bracamonte, IV Conde de Miravalle.

En lo que se refiere a los descendientes legítimos del último Inca del Perú, el Rey Carlos I, por Real Cédula dada en Valladolid el 1 de octubre de 1543, legitimó a los numerosos hijos naturales de Don Alonso Tito Uchi Inga -a petición de éste-, hijo de Huáscar y nieto del Sapay Inca Huayna Capac. Además y por este mismo documento, el monarca español autorizó a los hijos varones de Don Alonso Tito Uchi Inga a ejercer cualquier oficio Real, concejil y público, pudiendo ostentar sus blasones en sus casas y reposteros, pudiendo poner además una cadena Real en su puerta . Poco tiempo después, Carlos I reconoció, a través de una Real Cédula dada en Valladolid el 9 de mayo de 1545, a Don Gonzalo Uchu Hualpa y Don Felipe Tupa Inga Yupangui, hijos del Sapay Inca Huayna Capac y nietos del Sapay Inca Tupa Inga Yupangui , una nobleza de muy alto rango . Por su parte, el Rey Felipe III concedió, el 1 de marzo de 1614, el título de Marquesa de Santiago de Oropesa, unido a la dignidad perpetua de Adelantada del Valle de Yupangui, a Doña María de Loyola y Coya-Inca, Señora de Loyola y representante legítima de los antiguos soberanos incas del Perú. Doña María de Loyola Coya-Inca, I Marquesa de Santiago de Oropesa, I Adelantada del Valle de Yupangui y Señora de Loyola, era pariente de San Ignacio de Loyola. Se da la circunstancia de que ésta dama contrajo matrimonio con Don Juan Enríquez de Borja, nieto de San Francisco de Borja. Doña María, era hija de Don Martín García de Loyola, Señor de Oñaz y de Loyola y caballero de la Orden de Calatrava, Capitán General de la Guardia del virrey del Perú -en 1569-; Gobernador del Potosí -en 1579-; y Gobernador y Capitán General del Reino de Chile -en 1591-, y de Doña Beatriz Clara Coya, Señora del Valle de Yucay, hija única y heredera del Inca Sayri-Tupac, soberano del Tahuantinsuyu y de su mujer y sobrina la Coya Cusi Huarcay . Debemos señalar también que hubo parientes de los Sapay Inca que mantuvieron relaciones con los conquistadores, fruto de las cuales nacieron bastantes hijos, llegando incluso algunos de ellos a emparentar con las principales casas nobiliarias españolas.

Por poner un ejemplo significativo, es conocido el caso del marqués Don Francisco Pizarro , al que más adelante haremos mayor referencia.

Del mismo modo, encontramos otros notables ejemplos de mestizaje nobiliario entre nobles españoles e incas, como es el caso del Capitán Sebastián Garcilaso de la Vega que, emparentado con lo más granado de la nobleza peninsular, tuvo un hijo con la noble inca Doña Isabel Chimpo Ocllo -nieta del soberano Tupac Inca Yupanqui-: el famoso escritor Garcilaso de la Vega, el inca . Precisamente a este insigne autor debemos una de las más bellas definiciones del concepto de mestizo en el ámbito espacial indiano. En sus Comentarios Reales podemos leer: "A los hijos de español y de india, o de indio y española, nos llaman mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones; fue impuesto por los primeros españoles que tuvieron hijos en Indias; y por ser nombre impuesto por nuestros padres y por su significación, me lo llamo yo a boca llena y me honro con él. Aunque en Indias si a uno de ellos le dicen que sois un mestizo o es un mestizo, lo toman por menosprecio." .

3.-EL LINAJE DE LOS SOBERANOS DEL TAHUANTINSUYU Y DOÑA INÉS YUPANQUI HUAYLAS. A.-EL LINAJE DE LOS SOBERANOS DEL TAHUANTINSUYU. .-DOÑA INÉS YUPANQUI HUAYLAS Y EL MARQUÉS DON FRANCISCO PIZARRO.

Debemos señalar también que hubo parientes de los Sapay Inca que mantuvieron relaciones con los conquistadores, fruto de las cuales nacieron bastantes hijos, llegando incluso algunos de ellos a emparentar con las principales casas nobiliarias españolas.

Un ejemplo significativo y en el que a continuación nos centraremos, es el caso antes mencionado del Marqués Don Francisco Pizarro, conquistador del Tahuantinsuyu , que de su unión -no consagrada- con Doña Inés Yupanqui Huaylas tuvo dos hijos: Doña Francisca Pizarro -nacida en Jauja en 1534- y Don Gonzalo Pizarro -nacido en Lima en 1535 y muerto en la infancia- . Ambos vástagos fueron legitimados por el Emperador Carlos V por Real Cédula dada en Monzón el 12 de octubre de 1537 . Doña Inés Yupanqui Huaylas, nacida en Tocas (Huaylas), era hija del Inca Huayna Capac (1493-1527) y de Contar Huacho, Señora de Huaylas. Era por tanto hermana de Huáscar (1527-1532) derrotado y asesinado por orden de su hermano Atau-Huallpa (1532-1533), ejecutado a su vez por orden del Marqués Don Francisco Pizarro; de Tupac Huallpa (1533), coronado por los españoles y de efímero reinado debido a su repentina muerte; y de Manco Inca (1535-1545), también coronado por los españoles, contra los que se reveló en 1536 fundando un reino inca en las montañas que se mantuvo independiente hasta su reducción en 1572.

Asimismo, era prima segunda de Doña Angelina Yupanqui, con la cual, Don Francisco Pizarro -el conquistador- mantuvo también relaciones extramatrimoniales . Son escasos los datos biográficos que poseemos acerca de Doña Inés, aunque por los que conocemos podemos deducir que fue una mujer de férreo carácter . Además y por un documento dado en la Ciudad de los Reyes el 6 de julio de 1538, sabemos que era iletrada . La rebelión de Manco Inca en 1536 que llegó a poner cerco a Lima, hizo recaer sospechas de deslealtad sobre Doña Inés, lo que pudo ser una de las razones por la cuales Don Francisco Pizarro se separó de ella en 1537 . Doña Inés contrajo matrimonio en 1538 con Don Francisco de Ampuero. Tras el asesinato de Don Francisco Pizarro, se hizo cargo de la custodia de los niños su tía Doña Inés Muñoz -esposa del hermano uterino del Marqués, Francisco Martín de Alcántara, muerto también a manos de los asesinos de Pizarro- .

Doña Francisca Pizarro fue retirada a un convento, pasando después con su hermano Don Gonzalo a Quito, en donde recibieron la protección del Gobernador Don Cristóbal Vaca de Castro que posteriormente los envió de nuevo al Perú y más concretamente al Valle del Chimú, bajo la atención de los caciques de Chanchán y de Conchucos . Los dos hermanos vivieron después sucesivamente en Tumbez, Piura, Trujillo y Lima. En la Ciudad de los Reyes residieron en casa de su madre y de su padrastro Don Francisco de Ampuero . Tras la derrota de su tío paterno Don Gonzalo Pizarro, Don Pedro de la Gasca notificó al César Carlos la conveniencia de alejar del Perú a los descendientes del Marqués . Muerto Don Gonzalo Pizarro, hermano de Doña Francisca, ésta y su hermano de padre Don Francisco "(...) vinieron a España pero no acompañados por Juan Vicioso, como pretendió su tío Hernando Pizarro sino confiados a su padrastro de ella, Francisco de Ampuero. En el navío de que era maestre Bartolomé de Mella partieron los dos hermanos hacia Tierra Firme a mediados de abril de 1551.

El 2 de mayo llegó a Panamá. Desde Nombre de Dios pasando por las Azores y Sevilla llegó a Trujillo y antes de finalizar octubre ya estaba en Medina del Campo." . El viaje fue encomendado a Ampuero, "en atención a que vos sois casado con doña ynés yupanqui mujer que fue del difunto marqués" . Doña Francisca Pizarro se casó en 1552 con su tío paterno Don Hernando Pizarro , prisionero en el castillo de la Mota (Medina del Campo) por haber ordenado la muerte de Don Diego de Almagro . Vivieron juntos en la Mota un total de nueve años, hasta la liberación de Don Hernando el 17 de mayo de 1561 . Marchó entonces el matrimonio a su casa fuerte-palacio situada en el lugar de La Zarza -hoy Conquista de la Sierra- . Para pasar finalmente a vivir en Trujillo, donde ordenaron la construcción del magnífico Palacio de la Conquista, joya de la arquitectura civil española del siglo XVI. En su soberbio balcón de esquina, bajo el escudo de armas del Marqués Don Francisco Pizarro y flanqueando las jambas del vano, encontramos a la derecha los retratos del Marqués y Doña Inés Yupanqui Huaylas, y a la izquierda los de Don Hernando y Doña Francisca Pizarro.

Fruto de este matrimonio fue Don Francisco Pizarro, progenitor del II marqués de la Conquista. Don Hernando Pizarro murió en Trujillo en 1557. Doña Francisca Pizarro, al enviudar, contrajo segundas nupcias el 30 de noviembre de 1581 con Don Pedro Arias Portocarrero, hijo mayor del conde de Puñoenrostro, matrimonio del que no hubo descendencia .

.-DOÑA INÉS YUPANQUI HUAYLAS Y DON FRANCISCO DE AMPUERO . Tras ser repudiada por Don Francisco Pizarro, Doña Inés Yupanqui Huaylas contrajo matrimonio en 1538 con Don Francisco de Ampuero, paje del Marqués . Nacido en Santo Domingo de la Calzada (aproximadamente 1515), fue hijo legítimo de Don Martín Alonso de Ampuero y de Doña Isabel de Cocas. Falleció en Lima el 23 de marzo de 1578 . Ampuero pasó al Perú en 1535 acompañando a Hernando Pizarro, donde desde 1539 comenzó a ocupar puestos destacados en el Cabildo secular de la Ciudad de los Reyes . De su unión nació en Lima, el 27 de agosto de 1539, Don Martín de Ampuero Yupanqui que llegó a ser Regidor perpetuo del Cabildo secular de la ciudad de los Reyes (1570-1612) . Las relaciones de éste con Doña Francisca Pizarro, su hermana de madre, debieron ser buenas a juzgar por la carta de poder que ésta y su esposo Don Hernando Pizarro le dieron -en Trujillo (España), el 25 de mayo de 1578- para defender sus asuntos e intereses en el Perú . Por alguno de los documentos que conservamos, podemos deducir que el matrimonio de Ampuero con Doña Inés no debió resultar muy armonioso.

Estando combatiendo durante la tercera guerra civil en el bando de Don Gonzalo Pizarro contra las tropas del Virrey Don Blasco Núñez de Vela, su esposa pidió a una hechicera india que preparase un veneno "(...) que extinguiese a su cónyuge al cabo de unos cuatro años, cansada de que éste le infligiera "mala vida"." . Tal y como vimos, en el mes de marzo de 1551 y comisionado por la Real Audiencia de Lima emprendió viaje hacia España acompañado de su hijo Don Martín de Ampuero Yupanqui y de sus hijastros, los hijos del Marqués Don Francisco Pizarro, de los cuales era tutor. Ampuero regresó al Perú en el mes de diciembre de 1553.

4.- SITUACIÓN NOBILIARIA DE LOS CACIQUES EN LA SOCIEDAD INDIANA (SIGLOS XVI-XIX).

A medida que fue avanzando la conquista, los españoles se encontraron con que en los pueblos conquistados había algunos naturales que eran caciques y señores de pueblos -empleando la terminología del momento-. De este modo, la Corona, deseando respetar la antigua posición de estos principales en el seno de sus respectivas comunidades decidió -siempre y cuando se hubiesen convertido al catolicismo y sometido a la soberanía del monarca español- conservarles algunos derechos y reconocerles el ejercicio de una pequeña parte del poder que ellos y sus antecesores habían desempeñado. Aunque siempre bajo la permanente tutela y vigilancia de las autoridades españolas. Advertir, antes de continuar, que en los territorios del Virreinato del Perú, los caciques fueron conocidos con el nombre de curacas.

En el Título VII, del Libro VI, de la Recopilación de las leyes de los reynos de Las Indias , dedicado a los caciques, podemos encontrar tres leyes muy interesantes en tanto en cuanto determinaron el papel que los caciques iban a desempeñar en el nuevo ordenamiento social indiano. Con ellas, la Corona reconocía oficialmente los derechos de origen prehispánico de estos principales. Concretamente, nos estamos refiriendo a las Leyes 1, 2, dedicadas al espacio americano . Y a la Ley 16, instituida por Felipe II el 11 de junio de 1594 -a similitud de las anteriores-, con la finalidad de que los indios principales de las islas Filipinas fuesen bien tratados y se les encargase alguna tarea de gobierno. Igualmente, esta disposición hacía extensible a los caciques filipinos toda la doctrina vigente en relación con los caciques indianos.

Los principales pasaron así a formar parte del sistema político-administrativo indiano, sirviendo de nexo de unión entre las autoridades españolas y la población indígena. Para una mejor administración de la precitada población, se crearon los "pueblos de indios" -donde se redujo a la anteriormente dispersa población aborígen-.
El resto de las leyes del Título VII, se hallan dedicadas a establecer los privilegios y obligaciones que los caciques iban a disfrutar y a cumplir, respectivamente, bajo la soberanía española. Estas leyes, se encuentran además complementadas con otras que figuran en diferentes partes de la Recopilación de las leyes de los reynos de Las Indias.

A continuación señalaremos las exenciones privativas de los caciques, para después pasar a indicar las obligaciones que estaban comprometidos a acatar. Desde el inicio de la época española, el título de cacique era hereditario de padres a hijos .

La Corona, en atención a las responsabilidades que un día recaerían en estos últimos, promovió la creación de colegios en los Virreinatos de la Nueva España y del Perú, para educar a los hijos de los caciques según la costumbre española . Por ejemplo, en 1535, fue fundado el Colegio Imperial de Santa Cruz, en Santiago Tlatelolco -Ciudad de México-, para educar a los hijos de los caciques. Aquí, los alumnos aprendían latín y griego y leían a los autores clásicos como Aristóteles, Ovidio, Horacio, Virgilio, etc. Alumno insigne de este centro fue el cronista novohispano Don Fernando de Alva Ixtlilxochitl, descendiente de los Señores de Texcoco y del Vlei-Tlatoani Cuitlahuac -el vencedor de la Noche Triste y penúltimo soberano mexica- . El cacique y su hijo mayor -como heredero- estaban exentos del pago de tributos y de la obligación de presentarse a mitas. El resto de los hijos del cacique y demás descendientes, estaban, sin embargo, obligados a acudir a mitas . Las justicias ordinarias no podían privar a los caciques de sus cacicazgos por ninguna causa criminal, ni por ninguna querella. Las únicas autoridades indianas autorizadas por la Corona para entender de estos casos eran las Reales Audiencias y los oidores visitadores del distrito . Tenían derecho a que aquellos indios que se hubiesen marchado de su jurisdicción, les fuesen reintegrados "(...) al govierno, y jurisdicion del Cacicazgo natural, (...)", del cual eran originarios . Se les reconocían los tributos, servicios y vasallajes heredados de sus antepasados, siempre y cuando estos fueran realizados "(...), con gusto de los Indios y legitimo titulo, (...)". En el caso de que el cacique pretendiese ejercer unos derechos excesivos -aunque estos fuesen legítimamente heredados-, las autoridades españolas debían moderarlos. La Corona ordenó también a los virreyes, Reales Audiencias y gobernadores que vigilasen y suprimiesen aquellos derechos impuestos ilegalmente por los caciques, "(...) tiranicamente contra razón, y justicia; (...)". Estas medidas pretendían proteger a la población indígena de los abusos de sus señores naturales.

Los jueces ordinarios no podían prender a un cacique, a no ser que esta detención fuese motivada por haber cometido este último un delito grave, en el tiempo en que ese juez ejerciese su jurisdicción. Si se daban estos requisitos, el juez ordinario podía prenderlo, aunque debía enviar un informe de todo lo ocurrido a la Real Audiencia del distrito. Ahora bien, si el delito había sido cometido hacía mucho tiempo o antes de que el juez ordinario ejerciese su jurisdicción sobre esa zona, éste debía dar noticia a la Real Audiencia de lo sucedido y sería esta la que determinaría si el juez ordinario estaba capacitado para juzgar los delitos cometidos por el cacique .

Asimismo, estos no podían ser prendidos por deudas ni encarcelados en la cárcel pública. En caso de arresto, se le debía recluir o bien en su domicilio o bien en la casa del cabildo secular. Los caciques tenían jurisdicción criminal sobre los indios de sus pueblos, pudiendo mantener cárcel . Aunque tenían prohibido entender en aquellas causas criminales en que el castigo a imponer fuese la pena de muerte, la mutilación de un miembro u otro castigo corporal similar. La Corona, a través de las Reales Audiencias y de los gobernadores, se reservaba la jurisdicción suprema tanto en lo civil como en lo criminal, así como el derecho a hacer justicia donde los caciques no la hicieren .

Una Real Cédula, de 22 de marzo de 1697, les permitió también el ejercicio de cargos gubernativos, políticos y de guerra que exigiesen poseer la calidad noble para su desempeño. Tenían derecho a poseer tierras en propiedad privada y a recibir encomiendas. Igualmente, en muchas regiones, tenían la facultad de seleccionar a los indios que debían ser repartidos y con que patronos, de acuerdo con el representante de la Corona . En lo que se refiere a las obligaciones que los caciques estaban comprometidos a cumplir en el ejercicio de sus atribuciones, debemos señalar que el incumplimiento de alguna de las disposiciones que a continuación veremos, conllevaba la pérdida del título de cacique y de los derechos inherentes a dicho cargo. Los caciques tenían prohibido llamarse o intitularse señores de pueblos, siendo los virreyes, las Reales Audiencias y los gobernadores, los encargados de no permitirles el uso de esta titulación. Únicamente podían titularse caciques o principales y si alguno, contraviniendo esta disposición, se intitulaba señor de pueblos, las precitadas autoridades podían imponerles las penas que les pareciesen más convenientes . Estaban obligados a pagar jornales a los indios que trabajasen en sus propiedades .

En la Recopilación de las leyes de los reynos de Las Indias, se recogen dos interesantes leyes que datan del reinado de Carlos I, y más concretamente de los años 1537 y 1552 -esto es, en pleno proceso de la conquista-, referidas a la prohibición de que los caciques no recibiesen en tributo a las hijas de sus indios y a que las justicias evitasen que estos matasen a algunos individuos de su pueblo para enterrarlos con los caciques .

El incumplimiento de estas normas estaba fuertemente penado, y en el primer caso, el cacique perdía su título y era desterrado del cacicazgo a perpetuidad. A los caciques y principales les estaba también prohibido tener, vender o trocar por esclavos a los indios que estuviesen sometidos a su jurisdicción . Ningún cacique podía venir a la Península Ibérica sin licencia directa del rey. Y si estos deseaban hacer relación al monarca de sus servicios para obtener alguna merced, podían enviarle su relación de méritos y servicios sin necesidad de acudir personalmente o mandar a otros indios a la corte para entregarla .

.-REFLEXIONES FINALES.

Fue la nobleza indiana de origen prehispánico el grupo en torno al cual se cohesionaron los recién creados "pueblos de indios". A pesar de su progresiva asimilación a los usos y costumbres peninsulares, lo cierto es que, por lo general, supieron conservar sus rasgos identificativos atávicos más importantes. Ellos fueron quienes sirvieron de nexo de unión entre los conquistadores y la masa de la población indígena, facilitando así su acatamiento a la soberanía hispana y su evangelización.

Empero de su valioso papel inicial, la importancia de este grupo social fue decayendo a medida que se fue consolidando el régimen administrativo indiano. Si bien a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII los nobles indígenas reclamaron insistentemente el mantenimiento de los derechos heredados de sus mayores, alegando entre otras cosas: la nobleza de sus linajes, los servicios prestados por sus antepasados a la Corona y a los conquistadores, su pronta evangelización, etc... No fueron los nobles indígenas un estamento uniforme, y si bien hubo algunos que gozaron de importantes riquezas, cultura y posición social, otros, por el contrario, vivieron humildemente, conservando -en el mejor de los casos- como único patrimonio el recuerdo de las pasadas grandezas.

Un conocido denunciante de tropelías cometidas en contra de los caciques -en el siglo XVI- fue Fray Bartolomé de las Casas quien decía: "Los reyes y señores naturales son privados de sus señoríos y dignidades y estados reales, y puestos en en más abyecto y vituperioso estado que se puede imaginar, y si algo de los servicios y tributos los opresos y desventurados indios faltan que no pueden cumplir o con ello se tardan, los caciques, reyes y señores a palos y bofetadas y cepos y cadenas y azotes lo suelen llorrar, y quien tenía diez y veinte mil y doscientas y trescientas mil ánimas de hombres súbditos, se va por leña al monte, y la reina, su mujer al río por el agua, y los príncipes e infantes, tan príncipes e infantes como los de Castilla, salva sea la fe que los de Castilla tienen, y bondad cristiana, van a cavar, no con azadas, porque no las alcanzan, sino con un palo tostado, y con sus mismas manos hacer sus misérrimas y paupérrimas labrancillas y sementeras grano, para tener un poco de pan (...)" . Hoy en día, lejanos ya los días del virreinato, en las repúblicas iberoamericanas resuenan aun los apellidos de nobles linajes de origen prehispánico, como recuerdo de un pasado glorioso que debe mantenerse vivo para conocimiento de las generaciones futuras. HE DICHO .

-FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA CITADA Y UTILIZADA .

.-FUENTES.

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Francisca Coya, hija de Huayna Capac y su descendencia en Anserna.

El Inca Huayna Cápac tuvo a Francisca Coya entre sus hijas; ésta a su vez fue mujer del Conquistador Diego de Sandoval, de cuyo hogar nació, en la ciudad de Quito, Eugenia Sandoval Coya, en 1536. Esta se desposó con Gil de Rengifo, yéndose la pareja a vivir a Anserma. Allí nacieron María Rengifo de Sandoval, biznieta del Inca, quien se desposó con Vicente Henao Tamayo, hermano del canónigo Miguel Henao, quien llegó con el primer obispo de Popayán, don Juan del Valle. De este hogar provino Melchor Henao Rengifo, tataranieto del Inca, también ansermeño, nacido en 1572, quien es cabeza de una ilustre descendencia caleña y antioqueña.

Toda esta información consta en un artículo publicado en la revista Pregón, órgano del Centro de Historia de Sonsón, dirigida por Néstor Botero Goldsworthy, en su edición de Septiembre-Octubre de 1991.

Incluso, el título aparecido en el artículo es igual, con la diferencia que apunta solamente a la descendencia en Antioquia:[3]

Dice el colaborador de Pregón, Dr. Fernando Jurado Noboa, que la hija del Inca (Emperador) Huayna Cápac, de nombre Francisca Coya (apelativo el de “Coya” equivalente a Princesa entre los incas), es “madre nutricia para Ecuador y Colombia”. Con lo cual, así lo entendemos nosotros, el historiador ­genealogista ecuatoriano da a entender que la descendencia de la Princesa Francisca ha llegado a ser de tan vasta significación social en Ecuador y Colombia que bien merece que su nombre se rescate del olvido y goce hogaño de recordación o grata memoria.

Que su Alteza doña Francisca Coya sea “madre nutricia” para Ecuador no es de extrañar, por cuanto la incidencia genética incaica fue allí amplísima como consecuencia de la conquista y anexión del Reino de Quito al Imperio de los Incas. Los dos pueblos se fusionaron y obviamente se entrecruzaron, hasta el punto de que el mismo Huayna Cápac desposó a la hija del Rey depuesto e hizo de Quito una segunda capital de su imperio.

Pero... que doña Francisca Coya sea también “madre nutricia” para Colombia, es algo que al parecer carecería de razón. La expansión del imperio de los Incas que partió de Cuzco hacia el norte y alcanzó a someter al Reino de Quito, sólo alcanzó a rozar tangencialmente a lo que hoy es Colombia en el límite sur del Departamento de Nariño. Aquí se frena el ímpetu conquistador de los incas por la llegada de los españoles, quienes, a su vez, vienen en plan de conquista y en un santiamén de codicia desenfrenada dan cuenta y razón de aquel milenario y “maravilloso mundo de los Incas”.

¿Cómo, entonces, la Coya o Princesa inca doña Francisca, pudo ser “madre nutricia” para Colombia, como lo dice Jurado Noboa, y, especialmente para Antioquia, como de veras lo es por el gran número de antioqueños ilustres que en ella tienen a una incuestionable tataradeuda...?

La respuesta al anterior interrogante, está en los genes que se transmiten de generación en generación, traspasando fronteras, entrecruzándose aquí y allá sin que barreras de religión, de color, de gentilicio o estirpe los atajen. “La historia camina y procede por generaciones”, escribió Ortega y Gasset. Y por los caminos de la sucesión generacional –largos caminos con caminantes que avanzan–, fue como llegó a Antioquia la simiente genética proveniente de la vieja encina de la realeza incaica.

Antes de proseguir con la presencia genético-incaica de doña Francisca Coya en Antioquia, hagamos un suscinto recuento de la trayectoria dinástica de los Emperadores que gobernaron el Imperio de los Incas:

I.Manco Capac, el fundador del Imperio e iniciador de la dinastía, de cuyo origen casi nada se sabe. “La historia incaica tuvo su origen en el mito y continúa en la leyenda”, ha dicho Victor W. Von Hagen. La leyenda tiene a Manco Cápac por hijo del Sol, pero la crónica un tanto inventada lo presenta con Garcilaso de la Vega como “indio de buen entendimiento”, urdidor del mito de los hijos del Sol” para granjearse el respeto de las gentes que sometió a su autoridad”. El año de iniciación del Imperio es incierto, pero hay relativa coincidencia en que pudo ser el 1021, cuando también Manco Cápac fundaría la ciudad de Cuzco como capital imperial. Sea de todo esto lo que fuera, la sucesión dinástica, siempre de padre a hijo, continúa así:

II.Sinchi Roca.

III.Lloque Yupanqui.

IV.Mayta Capac.

V.Capac Yupanqui.

VI.Inca Roca, “el primer monarca del Tahuantinsuyo (Imperio de los Incas) que añadió a su nombre el título de Inca (equivalente al de Emperador) y lo usó oficialmente".

VII.Yahuar-Huac Inca.

VIII.Viracocha Inca, “con quien termina el período medio y la era legendaria de los Incas”.

IX.Pachacutec Inca Yupanqui, de quien se ha dicho que es “el más grande hombre que ha producido la raza aborigen de América” . Su tiempo de gobierno fue entre 1438 y 1471, siendo el año de su acceso al poder, 1438, “la primera y más antigua de las fechas de la historia precolombina de América en la cual todas las fuentes coinciden”.

X.Inca Tupac Yupanqui, definido por sus conquistas como “El Alejandro Magno del Nuevo Mundo”. Gobernó entre 1471 y 1493 y fue su mayor afán la anexión del Reino de Quito al imperio de los Incas, que a su muerte dejó inconclusa.

XI.Huayna Capac Inca, quien gobernó desde 1493 hasta su muerte en 1525 (o 1526), cuya hazaña mayor fue el remate de la conquista del Reino de Quito que anexó a su imperio. Antes de su muerte Huayna Cápac dividió en dos el imperio: el norte, con Quito como capital, para su hijo Atahualpa, y el sur, capital Cuzco, para su hijo Huáscar. Esta fue la causa de posterior ruina del Imperio de los Incas, pues los dos hermanos no tardaron en enfrentarse en guerra fratricida. Huáscar murió a manos de sus adversarios causándose la desmoralización y dispersión de su ejército. Y en cuanto a Atahualpa, poco le duró la victoria. Llegados los españoles a sus dominios, con Francisco Pizarro a la cabeza, pusieron en juego artimañas de fingida cordialidad con el Inca, hasta lograr apresarlo y ahuyentar a su pueblo con los caballos y la pólvora que a los nativos les causaban pánico. Saciada la codicia de un jugoso rescate en oro que al Inca le exigieron para respetarle la vida, Pizarro y sus consejeros, entre ellos el sacerdote Valverde, incumplieron su palabra dizque de caballeros y cristianos. El 29 de Agosto de 1533 el indefenso Atahualpa fue miserablemente condenado a la hoguera. Y, “oscureció en la mitad del día”, como dice Benjamín Carrión. Al morir el último Inca, el Imperio de los hijos del Sol cayó en la noche de su extinción.

Huayna Cápac, según consenso de cronistas, “dejó una numerosísima descendencia”, obviamente de más hijos naturales que legítimos por cuanto la holganza con concubinas era bien de su agrado. De los hijos varones, sobre todo si alcanzaron a tener figuración como Huáscar, legítimo y Atahualpa, ilegítimo, es menos difícil precisar origen materno. De las mujeres es más complejo. Se ha podido establecer que Francisca Coya fue una de las hijas del Inca, pero en cuanto a la madre varían las opiniones: para algunos, Francisca es legítima como hija de la Coya-esposa, mientras que, para otros, fue hija de concubina. De todas maneras, a los hijos del Inca no se les buscaba pleito de origen materno: eran hijos del Inca, y basta.

Después de la muerte de Atahualpa a manos de los españoles, a algunas de sus hermanas, hijas también de Huayna Cápac, su pueblo en fuga quiso protegerlas de la lascivia de los “barbudos”. Intento vano para Francisca, entre otras, de quien se adueñó el conquistador Diego de Sandoval. Y así podemos continuar con una trayectoria genealógica que con fundamento en el libro Las Coyas y Pallas del Tahuantinsuyo, de Fernando Jurado Noboa, es como sigue:

1. Huayna Cápac, el Inca = 2) Francisca Coya (hija del Inca), mujer del conquistador español Diego de Sandoval. = 3) Eugenia Sandoval Coya (nieta del Inca), nacida en Quito en 1536, legitimada por el Rey, esposa del español Gil de Rengifo, de quien sólo tuvo una hija que; fue:= 4) María Rengifo Sandoval (bisnieta del Inca), nacida en Anserma, esposa del español Vicente Henao Tamayo (hermano del canónigo Melchor Henao, quien llegó con el primer obispo de Popayán, don Juan Del Valle). =5) Melchor Henao Rengifo (tataranieto del Inca), quien nació en Anserma hacia 1572 y en Cali contrajo matrimonio, hacia 1609, con María Vivas.= 6) Gregorio Henao Vivas (Chozno o nieto cuarto del Inca), nacido en Cali hacia 1610, quien se mudó a la ciudad de Antioquia donde contrajo matrimonio con Jacoba Vásquez Guadramiros.

A partir de Gregorio Henao Vivas (el chozno del Inca), es fácil seguir la descendencia en las Genealogías de Antioquia y Caldas, de don Gabriel Arango Mejía. Así, por ejemplo: 7) Gregorio Henao Vásquez, hijo de Gregorio y Jacoba (nieto quinto del Inca), de quien nos dice el genealogista que “se radicó en el valle de Rionegro, en donde falleció en septiembre de 1687”. Fue casado con Juana Losada Zerpa, y de sus varios hijos (nietos sextos que vienen a ser del Inca), cabe hacer mención de Josefa, esposa de Juan José Villegas; Juan, esposo de Mauricia Giraldo; Juana, esposa de Antonio Salazar, y María, esposa de Tomás Giraldo.

Numerosa es ya la descendencia antioqueña proveniente de los sextos nietos del Inca Huayna Cápac. A varios de tales descendientes los mencionamos en artículo titulado “Presencia Incaica en Antioquia” publicado en Pregón, No. 73. Hoy repetimos algunos de tales nombres, esto con el solo propósito de aludir a la prestancia y significación nacional que alcanzaron, dándole así validez a la afirmación de Fernando Jurado Noboa cuando dice que Francisca Coya, hija del Inca Huayna Capac, es “madre nutricia” tanto para Ecuador, como para Colombia. El muestreo es así:

Presidente de Colombia: Roberto Urdaneta Arbeláez. = Obispos (entre otros): Bernardo Herrera Restrepo; Valerio Antonio Jiménez; Gregorio Nacianceno Hoyos; Emilio Botero González; Diego María Gómez; Juan Manuel González; Alberto Uribe Urdaneta; Tulio Botero Salazar; Arturo Duque Villegas y el cardenal Aníbal Muñoz Duque. = Próceres: general Braulio Henao y coronel Anselmo Pineda. = Gobernadores de Antioquia: Abraham Moreno, José Tomás Henao y Braulio Henao Mejía. = Escritores: Tomás Carrasquilla; Luis López de Mesa; León de Greiff, y Manuel Mejía Vallejo. = Políticos: Aquilino Villegas, Román Gómez, Gilberto Alzate Avendaño, Augusto Ramírez Moreno y, el más reciente que hemos encontrado, Germán Zea Hernández. = Rec­tor universitario: Mons. Félix Henao Botero.

Es un hecho, pues, que de la Princesa incaica doña Francisca Coya, hija del Inca Huayna Capac, hay en Colombia, y con énfasis en Antioquia, una lúcida descendencia. Lo cual seguramente quedará ampliamente detallado en el libro que prepara el Dr. Fernando Jurado Noboa, conocedor del tema como el que más, libro que bajo el título de Francisca Coya, hija del Inca, saldrá el año entrante a públicas vistas. El tema es novedoso y asaz interesante. Descender del Inca Huayna Cápac es tan honroso como descender del mismísimo don Pelayo, el noble visigodo. Esto dicho para quienes piensan que nobleza de estirpe sólo es válida cuando proviene de “asturianas breñas”.

Frente a los quinientos años del “descubrimiento” de América, vale la pena recordar su realidad precolombina para valorarla y exaltarla, sin ocultar el mestizaje del hombre americano. Porque, como lo ha dicho Otto Morales Benítez, “estamos ante la presencia de lo que se llamará la Raza Americana”.




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[1] Carlos Arturo Ospina H., Noticias de la Anserma histórica, Asociación Colonia Asermeña- Bogotá, 1992, págs. 86-88.

[2] Profesor y directivo universario.

[3] Nestor Botero G., Francisca Coya, hija de Huayna Cápac, y su descendencia en Antioquia, in Pregón año XIV No. 101 Septiembre-Octubre 1991

La historia que no fue. se busca rey. Gonzalo Carranza Bigotti.

La historia que no fue
Se busca rey
Edición de Noviembre 2007
Ensayos ucrónicos sobre los (im)posibles destinos de la monarquía en el Perú
La anécdota del “¿Por qué no te callas?” del rey de España, Juan Carlos I, al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, trajo recuerdos de aquellos tiempos en que los reyes, valga la redundancia, reinaban. Y, en un ejercicio de asociación libre, también despertó en Perú Económico
el interés por imaginar cómo habría sido un Perú en el que los reyes se sucediesen en Palacio de Gobierno. Intentos de ello nunca faltaron…


El proyecto de San Martín

Cuando la Expedición Libertadora comandada por el general José de San Martín tocó suelo peruano, las ideas monárquicas que el militar argentino y su principal asesor, Bernardo de Monteagudo, abrigaban encontraron no pocos simpatizantes. “La Independencia consistía en el autogobierno de los criollos, pero no necesariamente en la conformación de una República. De hecho, era factible en la mentalidad de la época la fórmula de un Perú independiente y monárquico”, explica el historiador Joseph Dager. “Mientras que la idea monárquica era un proyecto natural y de continuidad, la figura de una república democrática parecía una apuesta arriesgada, sobre todo si se toma en cuenta el poco tiempo transcurrido desde la independencia de Estados Unidos, su primer antecedente”, añade el historiador Eduardo Torres.




“El impulso de San Martín implica el más alto momento de auge de la ilusión monarquista”, subraya Jorge Basadre[1]. De hecho, la primera propuesta monárquica sanmartiniana se dio en las negociaciones con el virrey Joaquín de la Pezuela en Miraflores. En ellas, el militar argentino planteó la posibilidad de instaurar una monarquía constitucional presidida por un príncipe español. El fracaso de estas negociaciones desembocó en el derrocamiento de De la Pezuela por parte del general José de la Serna, quien volvió a negociar con San Martín, esta vez en la hacienda de Punchauca. San Martín le ofreció a La Serna establecer una regencia con un delegado de cada parte y la presidencia del virrey, mientras que él mismo podría viajar a pedir la venida de un príncipe Borbón. No obstante la buena disposición de las partes, estas conversaciones tampoco tuvieron éxito.[2]




La Serna trasladó, entonces, el centro de poder español al Cusco, permitiendo el ingreso de San Martín a Lima. Una vez allí, como apunta Dager, “San Martín buscó lograr consensos y evitar batallas. Por ello, en lo referido a la forma de gobernar el Perú, no impone sus ideas, sino que se allanó al debate”. El marco en el que se dio la discusión entre monarquía y democracia ha sido ampliamente reseñado: el foro denominado Sociedad Patriótica, presidido por el propio Monteagudo y conformado por lo más selecto de la intelectualidad limeña, constituía una suerte de opinión pública premoderna a la cual convencer de las ventajas de una monarquía constitucional.

Sin embargo, tal vez confiado en lograr que sus ideas primarían en los debates, el Libertador constituyó la Orden del Sol como una manera de ir formando una nobleza local y creó la misión García del Río y Paroissien para que le buscase un rey al país. “La idea era traer al primero que aceptara”, dice Torres. Entre las opciones que barajaba la misión figuraban el príncipe Leopoldo de Sajonia-Coburgo (quien se convertiría, luego, en rey de Bélgica entre 1831 y 1865); algún príncipe inglés católico, de la casa de Brunswick; negociar con Austria, Rusia, Francia o Portugal; o finalmente, el duque de Luca en España. No se sabe si los diplomáticos peruanos fueron rechazados o nunca llegaron a iniciar sus gestiones.




Finalmente, los debates de la Sociedad Patriótica –en los que se citaba a Montesquieu del lado monárquico para defender la centralización del poder en un país grande y poco ilustrado, y a Rousseau en el bando republicano, enarbolando la idea del contrato social– se decantaron a favor de la opción democrática. A esto contribuyeron, también, los desaciertos y atropellos de Monteagudo, que le restaron legitimidad a cualquier propuesta de San Martín.

Póquer de reyes
¿Qué opciones se habrían abierto si, por el contrario, la monarquía se hubiese instaurado en el país? Los historiadores concuerdan en que el eventual rey debería haber salido de la siguiente baraja: un noble de origen local (ya sea indígena o criollo), el propio San Martín, un príncipe europeo o un infante español.




La primera opción, no obstante, habría fracasado. “La aristocracia incaica prácticamente había sido decapitada luego de la revolución de Túpac Amaru y ya no quedaron caciques o curacas reconocidos”, explica el historiador Juan Luis Orrego. “La nobleza limeña no era necesariamente representativa. Quizá en Lima y la costa norte, pero en el resto del país no. Habría pasado lo mismo que ocurrió en México con Agustín de Iturbide, quien fue nombrado rey y cayó a los pocos meses”, añade Orrego sobre la segunda versión de la primera opción. “La propia creación de la Orden del Sol es una señal de la necesidad de consolidar una nobleza peruana”, agrega Dager.

Por otro lado, un eventual reinado de San Martín nunca fue una opción realista, si bien se sabe que existió la intención de recoger firmas para elegirlo emperador –la cual fue rápidamente desarticulada por Riva Agüero–[3].




En cuanto al ciertamente buscado príncipe europeo, la idea no era descabellada en el Viejo Continente (que décadas después “exportaría” a México al príncipe Maximiliano de Austria como fugaz emperador muerto en el paredón de fusilamiento), pero sí resultaba exótica para el Perú. “No se hubiera apoyado a alguien con un idioma, unas costumbres y, tal vez, hasta una visión de la religión diferentes. Además, ¿qué ejército lo habría apoyado? ¿En qué referentes simbólicos se habría basado? ¿Cuál habría sido su discurso para los indígenas, que eran los más fervientes defensores del Rey de España?”, se pregunta Torres.




En cuanto a un príncipe español, las posibilidades de éxito podrían haber sido mayores, en particular si los borbones, como sus pares portugueses, hubiesen podido trasladar su corte a América ante la invasión napoleónica. “En ese caso, lo más probable es que el rey español, Fernando VII, se hubiese dirigido a México por su mejor posición geográfica y el mayor prestigio que tenía en la época, mientras que alguna hermana o príncipe habría regido en el Perú. En ambos países, habría recibido un apoyo atronador”, asegura el propio Torres.

El legado del rey
“La República fue la plasmación en la realidad de los temores de los monárquicos: anarquía, caudillaje militar, cambios de constitución constantes, más de 20 presidentes en los primeros años después de la Independencia”, explica Dager. ¿Podría una monarquía haber facilitado el tránsito del Perú de Colonia a país soberano, como sostuviera Vidaurre?




Algunos creen que sí. “Si la corte española se hubiese trasladado a América, probablemente nos habríamos ahorrado la guerra de Independencia, los caudillos militares, y se hubiese dado, como en Brasil, una evolución paulatina hacia la formación de grupos políticos diversos, defensores de la monarquía absoluta, de la monarquía constitucional y del mismo régimen republicano”, sostiene Torres. Dager, por su parte, coincide en que los primeros años habría habido una mayor estabilidad política por la concentración del poder, pero apunta que habría existido una menor conciencia de la importancia de la Constitución, pues, finalmente, ni siquiera los golpes de Estado escaparon al discurso constitucional, sino que se dieron siempre en nombre de la Carta Magna. Además, Dager resalta que el sistema republicano –con sus fallas y, probablemente, también por ellas– permitió el ascenso de los mestizos a las elites políticas y la resistencia de las provincias a los intentos centralizadores de la capital.




Basadre, sin embargo, creía que cualquier intento monárquico habría fracasado. Vale la pena concluir este ensayo citando la propia ucronía del historiador tacneño: “[…] suponiéndose la factibilidad, la posibilidad del establecimiento y de la permanencia de la monarquía, ¿qué habría sucedido? Aquella época era un duelo entre la feudalidad y el liberalismo; entre la reacción y la revolución. La monarquía habría favorecido a la feudalidad y a la reacción. […] Además, el germen de los motines no brotó del texto republicano de las constituciones como Minerva de la cabeza de Júpiter, sino de causas sociales. La fórmula monárquica no habría sido un freno para ellos, tanto más cuando carecía de raigambre popular y tradicional; pronto la cizaña habría surgido con motivo de los puestos de ministros y favoritos […]. Habríamos tenido, en suma, como dijo Francisco García Calderón, todos los vicios del cesarismo democrático sin las perspectivas de la libertad”.[4]


[1] BASADRE, Jorge. La iniciación de la República. Universidad Mayor de San Marcos, 2002 [1929], p. 66.
[2] BASADRE, op. cit., pp. 66-67, CONTRERAS y CUETO, Marcos. Historia del Perú Contemporáneo. Desde las luchas por la independencia hasta el presente. Instituto de Estudios Peruanos, 2004. p. 52-55.

[3] BASADRE, op. cit., pp. 80-81. [4] BASADRE, op. cit. 104-105.

Gonzalo Carranza Bigotti
* Analista de Perú Económico

lunes, 15 de febrero de 2010

cabrones de mala fe. por j bayly.

Soy un hombre rencoroso y a mucha honra. Recuerdo minuciosamente a los que me humillaron. Olvido con facilidad a los que fueron amables conmigo.
De joven crees ingenuamente que todos deben ser buenos y amables contigo y cuando te encuentras con un cabrón de mala entraña que te insulta, te hace pasar un mal rato, te traiciona o te humilla, te resulta extraño, sorprendente.

Tal vez sería prudente suponer que todos somos unos cabrones de mala entraña y que lo excepcional, lo infrecuente, lo inhumano, es que te encuentres a alguien que sea leal y amable y buena gente contigo.

Mi familia está llena de cabrones de mala entraña (incluyéndome, por supuesto). Es mi familia, pero no por eso me impide ver las cosas con claridad y reconocer a un cachafaz, a un crápula, a un gaznápiro, a un memo mentecato, a un fantoche o facineroso.

Mi padre fue un cabrón de mala entraña. Al menos lo fue conmigo y no se tomó vacaciones para joderme la vida. Me insultó, me humilló, me pegó, vengó en mí todas sus amarguras y frustraciones. No digo que fue un cabrón de mala leche con todos los demás. Para mi sorpresa, hay gente que lo recuerda como un hombre risueño, caballeroso y encantador. Pero conmigo fue un cabrón de cuidado, un cabrón armado y un cabrón lisiado y ya se sabe que los cojos son todos malos o a punto de ser malos.

Mi tío Bobby es uno de los tipos más miserables, avaros, despóticos y malvados que conozco. Se parece al viejo millonario tacaño de los Simpson, sólo que en su versión amariconada. Disfruta humillando a sus empleados del servicio, humillando a cualquiera con poco dinero o poder, burlándose de los que tienen que soportar sus bromas crueles e hirientes a riesgo de ser despedidos. Recuerdo cómo lloraba Mario, mi amigo, el jardinero, contándome que había ido desde su casa en los arrabales hasta la casona cochambrosa de Bobby y que el calvo mala leche de Bobby se había negado a pagarle lo que le debía (una cantidad ínfima, desde luego). Es un cabrón cosmopolita y profesional, un cabrón de lengua afilada y venenosa, un chismoso vocacional (podría decirse que se parece a mí o que yo me parezco a él). Además es un adulón de los poderosos. Por ejemplo es amigo servil de Alan García (en esto, por suerte, no nos parecemos). Menudo dúo de cabrones retorcidos y genios del mal que se reúnen semanalmente a engordar sus panzas oceánicas.

Mi tía Lucy, enana, mala como casi todas las enanas, vieja ya, amargada como casi todas las viejas, es una mujercilla intrigante, chismosa, envidiosa, siempre sembrando cizaña y deseándole desgracias a los demás. Cuando mi hermana mayor enfermó de cáncer, su esposo, un panzón con nombre heroico, tuvo el gesto heroico de llamar a mi madre para decirle, tan atinado él, que no se hiciera ilusiones, que mi hermana era ya un caso perdido, que moriría pronto. Lindo gesto el de mi tío heroico. Amorosa su llamada. Mi hermana sigue viva. Y ese par de cizañeros envidiosos también, que yo sepa. Si hay un Dios y ese Dios me escucha ahora (alabado seas), ruego que ese par de enanos cuyes rastreros mueran antes que mi hermana. Sería lo justo.
Mi padrino, mi tío Carlos, es o ha sido ginecólogo y se ha pasado media vida metiendo sus manos en vulvas y matrices vaginales (membrana femenina que juraría que Bobby no ha tocado nunca) y es naturalmente un buen tipo, aunque su verdadera vocación es la del alcohólico consumado y amante de las conspiraciones y golpes militares. Trataba a mi padre con gran cariño y eso lo adecenta en mi recuerdo. Se ha peleado con el avaro de Bobby por unas acciones de la minera y eso lo enaltece. No me saludó en el funeral de mi padre y eso lo menoscaba en mi memoria. Fue ministro de Fujimori y eso le da una dimensión cómica, esperpéntica. Sus hijos son todos ambiciosos, trepadores, vulgares y matones, algunos parecen subnormales o contrahechos o fallas genéticas. Mi prima se casó con un magnate griego y luego con un magnate peruano ya algo veterano. Que ambos fueran magnates fue, desde luego, una casualidad, una cosa azarosa, puramente fortuita, no debemos ser suspicaces. Que no me invitara a su boda no fue, claro está, una casualidad.

Yo tuve un tío que extrañamente no era un cabrón de mala entraña. Era encantador, divertido, guapísimo, un playboy mítico, idéntico a Julio Iglesias. Se llamaba John Bayly. La última vez que lo disfruté de su desbordante simpatía estaba en un restaurante de San Isidro con su novia y me llamó a la mesa y me invitó sangría y abundantes pizzas y me trató con un cariño infrecuente entre mis tíos. Era un gran tipo el legendario John Bayly: seductor profesional, risueño, alegre, jodedor, listo para el dinero y las mujeres, amante de la buena vida, siempre riendo, bebiendo y alegrándole la vida a la gente mustia y pusilánime. Era un ganador en toda la línea. Nunca olvidaré la noche que me dejó conducir su auto rojo deportivo último modelo (un Alfa Romeo, creo) y me dio la confianza que nunca me había dado mi padre. Murió joven, de cáncer. Le salió un hijo idéntico a él (aunque levemente menos guapo) que, de pura casualidad, de pura buena suerte, se casó con una millonaria heredera de un grupo minero.

Yo a los mineros les tengo cierta hostilidad. Destruyen la ecología, envenenan los ríos, intoxican a los pobladores vecinos, se apropian de la riqueza que se esconde en el subsuelo de las tierras de los campesinos (cuando esa riqueza debería ser del dueño de las tierras, de los campesinos), tratan a los obreros que malviven en los lóbregos socavones con los pulmones envenenados como animales y uno se pregunta, hechas las sumas y las restas, cuál es la contribución que hacen al mundo estos mineros codiciosos como el vil tacaño de mi tío Bobby: venden minerales, pagan impuestos (menos de los que debieran) qué bien, gran trabajo artístico, ecológico, intelectual. Todos los empresarios mineros podrán tener mucha plata (mucha más de la que tengo yo), pero yo respeto más a un poeta, a un cantante, a un pintor, a un cineasta o a un escritor. Mi tío Bobby tendrá mil millones de dólares pero moralmente me parece una sanguijuela porque no sabe tratar con una mínima humanidad a la gente pobre, desvalida. Por supuesto, si viene Alan a su casa, ya está Bobby enjundioso, jacarandoso, bailándole una zarzuela con Carlos Raffo, el otro pusilánime adulón de Alan que se cree chef cuando sólo es un solícito mayordomo.

Mi hermano Miguel es un cabrón de mala entraña y además es un subnormal, un oligofrénico, un loco maluco, un macho vacuno castrado. De niño le dieron tantas pastillas y palizas que ahora es un asno que rebuzna o un buey que arroja saliva espumosa. Ha robado todo lo que ha podido hurtar, tiene una larga carrera en el mundo del hampa (una vez me llamó una chica en Miami diciéndome llorosa que Miguel le había robado su colchón). Ahora dice que es empresario. Dice que alquila autos. Dice que se ha reformado. Además le dice a mi madre (y ya se sabe que mi madre se cree todo lo que le dicen) que es fervoroso creyente del Opus Dei y luego lo encuentran en discotecas patibularias con señoritas que se ganan la vida posando en calendarios eróticos que cuelgan los mecánicos en sus talleres para hacerse una paja fugaz, aceitosa, mientras están echados debajo del auto averiado. Menudo cleptómano y cachafaz es mi hermano Miguel, que además, siendo gordo como una foca, dice que quiere pegarme. Que intente pegarme: yo llevo conmigo una pistola israelí Jericó con silenciador y ocho proyectiles en la recámara y además me acompañan dos escoltas armados. Nada me gustaría más que regalarle una lluvia de plomo a ese jabalí acojudado.

Álvaro Vargas Llosa, con su cara de intelectual sabihondo y estreñido que se ha nombrado presidente moral del mundo y Dalai Lama del liberalismo global, es el cabrón de peor entraña que conozco. Mal bicho, culebra escamosa, desleal, traidor, rencoroso, fariseo, vengativo, creo que no le cae bien a ninguno de los amigos que fuimos sus amigos y ahora lo recordamos como si fuera la viruela, el sífilis o la gonorrea. Es la confirmación de que dos primos hermanos tal vez no deberían tener hijos: por mucho que se amen y se calienten sobándose los susodichos primos, al final te sale una criatura no del todo humana, un fanático enjuto y avinagrado que quiere gobernar el mundo y que sólo es amigo de los que le pagan y que ha de tener una cola enroscada de porcino como en los cuentos de Gabo o un aguijón de alacrán o veneno letal de tarántula en los testículos colosales. Álvaro es con seguridad uno de los bichos más torvos y desleales que conozco y no hay en el Perú una sola persona que lo extrañe, que yo sepa.

Mario Vargas Llosa es también un cabrón de mala entraña (o lo ha sido conmigo hasta un punto en que colmó mi paciencia) pero se le disculpa porque tuvo un padre que fue un maldito resentido perdedor abusador y porque ha hecho una carrera amorosa en el incesto, primero con la tía, después con la prima hermana, lo que me parece que humaniza sus rasgos de cabrón de mala entraña y demuestra que al menos ama a su familia, o a la parte de su familia que se puede montar. Sólo por eso (y por algunos de sus libros) le tengo simpatía. Yo siempre quise montarme a una prima y una tía (no a la tía enana malediciente) y no lo conseguí (aunque a una prima lejana me la monté en un hostal de Miraflores y fue como montarme a un bufeo).

Naturalmente, y como es público y notorio, yo también soy un cabrón de mala entraña y cultivo el rencor como una forma de arte incomprendido y cuando sea presidente o monarca o dictador vitalicio me ocuparé de vengarme de todos estos cabrones de mala entraña que son mis enemigos porque eligieron dicha senda innoble que les costará la vida o lo que les queda de ella. Mi padre ya está muerto, pero los demás (a saber: el tío Bobby amariconado y avaro y cruel y mamón de Alan; el tío Carlos macerado en vino y todos sus hijos pendencieros, soeces, chocarreros, de quijadas como cuchillos; la tía Lucy y su esposo de nombre heroico, enanos imperceptibles al ojo humano pero dotados de secreciones venenosas, capaces de matarte de un salivazo certero; el Gandhi de nuestro tiempo, Álvaro Vargas Llosa, predicador de la virtud y la sabiduría y tan leal como un cuervo o una hiena hambrienta; el Premio Nobel del Incesto, Mario Vargas Llosa, preclaro pensador liberal y matón aficionado que le zampó un puñete a García Márquez en un teatro mexicano, haciendo un paréntesis o hiato creativo en su flemática tolerancia liberal: si él se había cepillado a su tía y a su prima hermana, ¿no podía comprender que Gabo deseara a la mujer del prójimo?) se las verán conmigo cuando sea presidente: a Bobby lo haré vivir en un socavón y lo obligaré a tocar una vagina; al tío Carlos le daré de beber sólo agua; a sus hijos los mandaré a pelear con una tribu africana antropófaga (puede que ellos se coman a la tribu entera); a la enana y su esposo heroico los encerraré en su mesita de noche; al Gandhi de nuestro tiempo, predicador peripatético y un tanto patético, lo nombraré embajador en Puerto Príncipe y a su padre lo someteré a un combate a doce asaltos con Kina Malpartida, alias “La Vengadora de Gabo”. Cabrones de mala entraña: están avisados.

sábado, 13 de febrero de 2010

Los herederos de los incas. el comercio.

El laberinto ancestral de la nobleza inca empezó hace unos 500 años, cuando los conquistadores españoles introdujeron una serie de medidas que se acentuaron durante la Independencia. Estas medidas debilitaron las antiguas estructuras sociales y de continuidad. Una de aquellas medidas fue la incorporación de la nobleza indígena al sistema social y de linaje europeo.

Matrimonio real
Un caso típico de esta incorporación fue el matrimonio de Beatriz Coya, hija de Sayri Túpac, inca de Vilcabamba, con un sobrino de San Ignacio de Loyola. Beatriz era considerada un trofeo político y social. Esto ocurrió en Cusco, en 1576. La hija de la pareja, Ana María Lorenza de Loyola y Coya-Inca, se convirtió en 1614 en la primera marquesa de Santiago de Oropesa. Sus descendientes fueron considerados la línea principal de la panaca de Huayna Cápac. El último de los herederos murió sin hijos en 1741. Poco tiempo después, la historia adquirió un giro dramático.

Reclamos de Túpac Amaru
En 1776 el cacique de Surimana, José Gabriel Condorcanqui Noguera, con el argumento de ser el pariente más cercano de Beatriz Coya, inició un proceso legal para reclamar el título de marqués de Santiago de Oropesa. Pero su pedido fue rechazado. Hay quienes ven en este desenlace el inicio de su rechazo a España y su rebelión como Túpac Amaru II, en 1780. Él, su familia y allegados pagaron las consecuencias de su rebeldía y fueron cruelmente ejecutados.

Sus actos tuvieron consecuencias desastrosas para lo que quedaba del sistema social inca.

Pérdida de privilegios
Hasta entonces los descendientes de las panacas reales recibían una serie de prerrogativas de la corona española. Tras la rebelión de Túpac Amaru fueron castigados. De nada sirvió que apoyaran a la corona ni su certeza de que el futuro de su posición residía con el rey en Europa y no con un movimiento independentista criollo. La corona española arremetió y decidió que la posición de cacique dejaba de ser hereditaria. Así, se redujo considerablemente las principales fuentes de ingreso económico de las familias. También se reprimió varias de sus manifestaciones culturales, como el uso de trajes tradicionales en las procesiones.

Sin lugar en la República
El golpe de gracia para la nobleza inca llegó, irónicamente, con la Independencia. En 1824, Bolívar anuló el cargo de cacique y dictó nuevas leyes de propiedad, lo que derivó en la pérdida del estatus social, económico y político para lo que quedaba de las élites incas y en el siglo XIX empezaron a ser olvidadas. Hoy, lejos de las atrocidades del pasado, generaciones jóvenes y educadas se interesan en sus nobles orígenes.

“Ya no siento vergüenza”
En el 2001, David Sahuaraura Cajigas, hijo del carpintero cusqueño José Marcos Sahuaraura Santa Cruz, compró un libro publicado ese año: “Recuerdos de la monarquía peruana o bosquejo de la historia de los incas”, que incluye las memorias de Justo Sahuaraura.

A sus 69 años, fue la primera vez que José Marcos encontró información sobre su apellido. Su padre y abuelo fueron campesinos en Urquillos, Urubamba. De niño hablaba solamente quechua, aprendió el castellano en la adultez y cuenta que empezó a leer todas las noches después de trabajar, para educarse y darles a sus tres hijos una vida mejor, hoy son profesionales. Para él ser descendiente de los Sahuaraura significa tener “un pasado, soy una persona, no necesito ser avergonzado porque soy indígena”.

José Marcos desciende de Justo Apu Sahuaraura (Cusco 1775 – Canas 1853), quien era hijo de Pedro Apu Sahuaraura Inca y Ramos Tito Atauchi, cacique de Quispicanchis, y su esposa Sebastiana Bustinza Inca y Yaurac de Ariza Titu Condemayta. Su padre era descendiente de Huayna Cápac, por el lado materno, y de Pachacútec, por el paterno. Fue cura y apoyó la independencia. En 1838 legitimó a sus cinco hijos.

“Soy una coya”
Las hermanas Ana María y Lucía Choquehuanca Miranda viven en Arequipa. Hablan con mucha emoción de su padre José Domingo Choquehuanca Borda, que falleció el 19 de abril pasado. Según cuentan, José Domingo nació en los años 30 en Puno. Fue hijo de Agustín Alfonso Choquehuanca Ayulo, de una rica familia de Azángaro, y de la campesina Juanita Borda. Están convencidas de que por eso el abuelo fue desheredado. Choquehuanca Borda se educó primero en Tacna y después en Arequipa, donde al principio trabajó como obrero y terminó fundando sus propias empresas.

Para ellas, la conexión con el prócer José Domingo Choquehuanca es clara. Ana María se identifica bromeando, pero muy en serio, como una princesa inca. “Soy una coya”, señala. Y no le falta razón, tienen como antepasado a José Domingo Choquehuanca Béjar (Azángaro 1789 o 1792 -1858), hijo ilegítimo del sacerdote Gregorio Choquehuanca que era hijo del cacique principal y gobernador de Azángaro y descendiente por línea paterna del emperador Huayna Cápac.

Mítico linaje
El 14 de agosto del 2009 Charles-Edú Sinchi Roca Durand (24) se casó con María del Carmen Ortiz Zapana en el sitio arqueológico Tambomachay, cerca del Cusco, en una ceremonia incaica.

Charles-Edú es dentista y vive en la ciudad imperial. Su consultorio, arriba de la carnicería de sus padres, tiene en la sala de espera un acuario en la forma de un templo inca. Su padre es comerciante ganadero. Su abuelo fue agricultor en San Jerónimo. Dicen no saber mucho de sus ancestros pero Charles-Edú Sinchi Roca está determinado a conocer más. Lo que sí se sabe es que Sinchi Roca es considerado uno de los incas míticos, es decir, que no hay certeza histórica de su existencia. Fue el segundo gobernador de los incas en el siglo XIII. Sin embargo sí hay certeza de Diego y Lorenzo Sinchi Roca, quienes fueron alféreces reales de los indios nobles en la procesión de Corpus Christi en los años 1793 y 1805, y de Ignacio Sinchi Roca, elector de indios nobles en 1824. Ambos cargos eran confiados a las élites incas.

El guardián del quechua
Demetrio Túpac Yupanqui Martínez vive en el Callao. Nació en San Jerónimo, Cusco, en 1923. Su padre Octavio Túpac Yupanqui Herrera era sastre y su abuelo Justino, pintor de altares para procesiones. Demetrio dice que los Túpac Yupanqui gozaban de una posición especial en San Jerónimo. Durante las procesiones de Corpus Christi llevaban el estandarte y dirigían el ritmo de la procesión. Considera que a “los descendientes incas les falta cultura, no saben su historia y a veces ni hablan quechua”. Demetrio es un destacado profesor de quechua, en el 2005 tradujo al idioma de los incas, el clásico español “Don Quijote de la Mancha”. Sobre los Túpac Yupanqui, el cronista Pedro Sarmiento de Gamboa escribió que Felipe y Andrés Topa Yupanqui eran descendientes del inca Túpac Yupanqui y presente en Cusco en 1572. Mateo Túpac Yupanqui era cacique de Lares en el siglo XVIII.

Un inca más real
Gregorio Alfredo Inca Roca Concha es el más famoso de los considerados descendientes de los incas. Desde el 2002 personifica al inca en las fiestas del Inti Raymi. Es ingeniero agrónomo y docente. Fue alcalde de San Sebastián, Cusco, de 1986 a 1990. Los Inca Roca no tienen un árbol genealógico pero poseen un documento con un escudo otorgado, en 1545, por el emperador Carlos V a “don Juan Francisco y don Pedro Pomagualpa, ambos hermanos Yngas Abuelos de don Lorenzo Pomaguallpa Garzés Chillitupa Ynga”.

Reconstruyendo una identidad. Cada vez hay más familias peruanas que reivindican una identidad de noble linaje autóctono. Son abogados, arquitectos y emprendedores. Sus padres fueron campesinos, carpinteros, sastres. Sus apellidos son evocadores: Inca Roca, Sinchi Roca, Túpac Yupanqui. Creen ser los descendientes de emperadores incas.


En el siglo XIV Inca Roca fue el sexto gobernador mítico de los incas y el primero de los Hanan Incas. Pedro Nolasco Inca Roca fue alférez real de los indios nobles en la procesión de Corpus Christi en 1798.

Estas son solo algunas de las familias que hoy reivindican una identidad y un pasado glorioso. También están los otros, como los descendientes de los Ramos Tito Atauchi, Guaman Rimachi, Cusiguaman, Tisoc Sayre Tupa, Chillitupa, entre otros. En el Perú es común que muchas familias investiguen su raíz europea mas no la indígena. Cuando se trata de identificar un nexo con el linaje imperial inca, nadie —por ahora— parece tener evidencia suficiente para probar su reclamo.

Quizás sea tiempo de empezar una tarea de investigación que permita a las familias establecer una conexión con el pasado y, quién sabe si, entonces, en el Perú se pueda conocer a los auténticos descendientes de la familia imperial inca.

¿donde estan los descendientes de los incas? bbc






Después de 500 años, nueva información empieza a develar el misterio de los descendientes de la familia imperial cusqueña. (aqui quien escribe se equivoca pues no existe una sola Familia Real cusqueña sino multiples Casas Reales)


Eugenia Chukiwanka, es una mujer de estatura pequeña, muy vital y de fácil conversación. A sus perfectos 90 años, también está llena de recuerdos.

"Mi padre luchaba por los derechos de los indios y hasta cambió la manera cómo se escribe nuestro apellido", me dijo cuando conversamos durante una reciente visita a Puno, al borde del Lago Titicaca.

Doña Eugenia no sólo es la única hija viva del líder indigenista puneño Francisco Chukiwanka, sino una descendiente directa del emperador inca Huayna Cápac. Y es con ella que esta historia empezó a develarse.

En Perú debe de haber miles de personas que descienden de los antiguos emperadores incas pero nadie hasta ahora lo ha probado.

Los Choquehuanca, en cambio, (forma tradicional de escribir el apellido) son los únicos que conocen de manera incuestionable su linaje imperial. Un linaje que cubre los últimos 500 años. Y recién en los últimos días esta información se hizo pública.

La memoria histórica

Uno de mis intereses cuando llegué al Perú fue averiguar qué había pasado con los descendientes de la familia que había gobernado uno de los mayores imperio que tuvo el continente americano.

Al buscar la información sobre el tema encontré que la última investigación se había realizado en los años 40. Y tampoco había mucho más.

Lo más interesante para mí es que fuera de Cusco, donde por años algunas familias han reclamado ascendencia imperial, en el resto del país muy pocos creían que todavía podían existir descendientes de los antiguos emperadores.

No soy historiador, pero como genealogista mis averiguaciones se centraron en verificar si efectivamente todo había desaparecido, como muchos parecían creer.

Mi trabajo se centró en conocer si existían descendientes por línea paterna -ya que eran varios los que señalaban descender de princesas incas casadas con conquistadores españoles- o si los que reclaman hoy en día un linaje imperial, cuentan con los datos necesarios.

En el caso de la familia Choquehuanca, toda la evidencia siempre estuvo ahí. Así que no fue complicado dar con ellos y llegar hasta Puno. Mi trabajo se limitó a recopilar información, ir entrevistando gente y cada persona nueva me llevaba a la siguiente. Hasta que di con doña Eugenia.

El origen imperial



"Casona Choquehuanca"
Esta familia desciende de Cristóbal Paullu Inca, hijo de Huayna Cápac y medio hermano de los últimos emperadores Huáscar y Atahualpa.

Cuando llegaron los españoles, ellos supieron retribuir a aquellos miembros de la aristocracia local que juraron fidelidad al monarca español.

Una de las medidas que tomaron fue adaptar el puesto ya existente de Curaca y convertirlos en Caciques - un cargo intermediario entre la corona y el pueblo indígena.

Cristóbal Paullu Inca fue coronado emperador por los europeos y se convirtió en uno de los miembros de la familia real que más colaboró con ellos. Sus descendientes recibieron títulos de caciques y uno de ellos fue el de Cacique de Azángaro, en Puno.

El cacique recolectaba el tributo de sus indios para la corona española y, con el tiempo, los Choquehuanca se convirtieron en la familia más rica del departamento.

Algunos señalan que también fueron de los más crueles, y se cree que esto habría estimulado una tradición de levantamientos indígenas en esa parte del país.

Lo cierto es que llegado el proceso de Independencia, otro Choquehuanca, José Domingo, cambia los destinos de esta familia.



"Alfredo Inca Roca"
Sobreviviendo 500 años

José Domingo es un Prócer de la Independencia de Perú, y de ser temidos terratenientes, esta nueva alianza política sella la imagen de su familia como luchadores por el sueño libertario.

Pero la llegada de la República, más que una liberación, fue la estocada final para la clase indígena poderosa.

En 1825 Simón Bolívar acaba con los títulos nobiliarios, lo que anula el título de Cacique. De este modo, al terminar el siglo XIX, todo vestigio de prestigio social y económico de la aristocracia inca había desaparecido.

Algunas familias incluso occidentalizaron su apellido para evitar ser asociados con el "perdedor".

Una familia, un país

No me cabe duda que la historia de la familia Choquehuanca es también la historia de esta nación. Ellos han sabido sobrevivir a lo largo del tiempo, adaptándose a los cambios que se vivían.

Llegado el siglo XX ellos también lo habían perdido todo: haciendas, dinero, posición social. Pero los tiempos eran otros.



"Francisco Chukiwanka"
Francisco Chukiwanka Ayulo, (Pucará, 1877-Lampa, 1957), nieto del último Cacique de Azángaro, y padre de doña Eugenia, cambió nuevamente los destinos de su familia al convertirse en importante líder del movimiento pro-indígena puneño.

A estas alturas de su vida, doña Eugenia tiene la curiosidad de saber quién de las generaciones jóvenes de su familia tomará la posta. Ella es, después de todo, biznieta del último cacique y último eslabón entre el pasado y el presente.

Los incas de Cusco

Pero así como los Choquehuanca siempre conocieron la estirpe de donde venían, irónicamente en Cusco la historia es otra.

En la antigua capital imperial todavía existen los distritos creados por los españoles para miembros de las castas reales, como San Sebastián y San Jerónimo.

Durante años, varias de las familias residentes han reclamado descendencia de linaje imperial. Algunos de ellos incluso han recibido reconocimiento de la ciudad y hasta del país.

Pero por ahora, probar fehacientemente este vínculo ha resultado una tarea difícil.

Es muy posible que debido al olvido y desprestigio social en que cayeron los descendientes de la familia real, casi nadie se interesó en guardar los documentos relevantes.

Pero hoy, lejos de las atrocidades y discriminación del pasado, generaciones más jóvenes y más educadas están volviendo a interesarse en sus orígenes.

Esta labor está todavía por completar. Las iglesias de esos distritos cusqueños todavía guardan los documentos originales que, en su momento, saldrán a la luz y le darán nueva legitimidad a las estirpes olvidadas del Perú.