¿Por qué soy Liberal?
Por Hector Carbonell Arenas
Yo nací liberal. A los nueve años hice mi primera huelga de hambre por considerar injustas las medidas disciplinarias que me fueron impuestas y a los doce traté de vender mi bicicleta para escapar por razones parecidas. Cuatro años después intenté alzarme en armas contra la Dictadura que gobernaba mi país y a los veinte ya estaba en prisión por combatir a la Tiranía que la sustituyó. Podría seguir contando mis andanzas, pero no se trata de mí sino de señalar que un verdadero liberal tiene como metas fundamentales la Libertad y la Justicia.
El Liberalismo como doctrina político-económica no es dogmática ni discriminatoria, está en constante evolución y puede convivir armoniosamente con cualquier otra doctrina, filosofía o corriente de pensamiento siempre que estas no sean totalitarias o traten de imponerse por la fuerza.
Es un verdadero disparate hablar de neo-liberalismo, porque el liberalismo siempre es nuevo, se ha venido renovando y perfeccionando desde que Eva, la primera liberal de la Historia, se negó a cumplir la orden de no comer del fruto prohibido sin una explicación. Hoy, miles de años después, sus principales expositores siguen acumulando premios y honores por aportar nuevas ideas y métodos para mejorar la calidad de vida de todos los habitantes de este sufrido planeta.
El liberalismo es la antítesis del totalitarismo, estas son las dos formas de organización estatal que pugnan por regular las normas de convivencia humana. Son dos sistemas de vida totalmente incompatibles. El primero tiende a crear las condiciones para que cada ciudadano pueda desarrollar al máximo su capacidad creativa y alcance sus metas. El segundo pretende imponer la obediencia absoluta a sus súbditos con el pretexto de garantizarles igualdad y seguridad ficticias. Ya un pensador liberal tan certero como Benjamin Franklin había sentenciado que cuando un ciudadano sacrifica su libertad para alcanzar seguridad, al final se queda sin ninguna de las dos.
Así las cosas, luce que fuera fácil elegir nuestros gobernantes, pero, desgraciadamente, los totalitarios cuando aspiran al poder prometen el Paraíso, una vez que acceden al gobierno informan de un necesario y fugaz tránsito por el Purgatorio mientras aseguran los controles, al final obligan a todos a vivir en el Infierno, donde, además, deben agradecer diaria y enfáticamente haber sido librados del Imperialismo, el neo-liberalismo, el consumismo y hasta del colesterol que tanto padecen los que viven en las sociedades capitalistas.
Los ejemplos abundan en nuestra Latinoamérica. Fidel Castro prometió elecciones libres en 18 meses al triunfo de la Revolución, Humanismo, libertad con pan y pan sin terror, etc. Sin embargo, el resultado ha sido Comunismo estalinista, terror sin pan, y después de ejercer una tiranía absoluta durante medio siglo le entregó el trono a su hermano.
En Venezuela, Hugo Chavez prometió en su campaña electoral acabar con la corrupción y la inseguridad. Hoy, diez años después, habiendo recibido ingresos superiores a los obtenidos en los cuarenta años de Democracia anteriores, no han edificado obras justificativas y el país se deteriora porque se han robado todo el dinero. Los trabajadores tienen que agradecer cuando los delincuentes solo les quitan el fruto de su sudor y no los asesinan, como sucede con demasiada frecuencia. Esa es la triste realidad que se vive en el Socialismo del siglo XXI.
Los totalitarios no pueden resolver nunca los problemas de las sociedades que asfixian, primero porque esa no es su prioridad, su objetivo principal es conservar el poder, ampliarlo y robustecerlo hasta que llegue a ser absoluto. Segundo porque siempre tienen un Jefe, un Mesías, un Sabelotodo muy celoso de su investidura suprema y este sólo utiliza colaboradores mediocres que no puedan hacerle sombra, si alguno de ellos se equivoca y decide brillar por su cuenta se sorprenderá lo rápido que le apagan la luz.
Los liberales, por el contrario, creemos que lo más saludable en una sociedad es que los poderes del estado no solamente estén separados, equilibrados e independientes sino que deben permanecer alertas para que ninguno de ellos trate de imponerse sobre otro. De esta manera se garantiza que los funcionarios o gobernantes que cometan abusos o se corrompan puedan ser destituidos antes de que los daños que infrinjan sean irreparables.
Los liberales creemos en la libertad de opinión, de expresión y de prensa. Todo el mundo tiene derecho a pensar como quiera, y a expresarse sin coacción de ningún tipo en los medios de comunicación que estime convenientes y a no ser satanizado ni perseguido por el gobierno cuando no sean de su agrado. El ejercicio de este derecho no debe ser sujeto de regulación alguna, y si bien difamadores o calumniadores pudieran abusar de él, debe existir legislación que permita su condena una vez comprobados los delitos judicialmente.
Los totalitarios tienen una sola voz que dicta las pautas de opinión, el coro que la rodea, unos por miedo y otros por conveniencia, solo aplauden y repiten. Algunos hasta exageran y dan lugar al dicho venezolano “jala pero no te guindes”. Cuando se sienten fuertes comienzan a cerrar o “comunizar” televisoras, radios, periódicos, revistas y cualquier otro lugar donde puedan expresarse ideas divergentes del credo vigente. Aquellos que todavía insistan en dar a conocer opiniones contrarias al régimen terminaran en prisión porque el Jefe no admite disentimientos, hay una sola verdad: la suya, y el que la dispute es un traidor que merece la cárcel o la muerte.
Los liberales creemos que la forma más eficiente de producción se organiza sobre el respeto a la propiedad privada, que además constituye la mejor garantía contra los intentos de despotismo. Por otro lado es un sentimiento innato en el ser humano, después que un bebe aprende a decir papa y mama, la tercera palabra suele ser mío. Si alguien lo duda, trate de quitarle un juguete y oirá como se lo dice clarito.
Los totalitarios ven a la propiedad privada como su enemigo principal. Un propietario es la persona más difícil de doblegar, no depende económicamente de ellos, quiere disfrutar del fruto de su esfuerzo, defiende la estabilidad de poseer una casa y un negocio, quiere que sus hijos puedan heredar sus logros. En resumen, es un obstáculo que hay que eliminar para la lograr la obediencia absoluta.
Los liberales creemos en un Estado de Derecho imparcial, equilibrado, laico y sin tintes ideológicos. Nadie debe estar por encima de la ley, que debe ser legislada para defender los derechos de todos los ciudadanos. La tolerancia es una virtud liberal pero es la ley la que garantiza la integridad del derecho ajeno. Para certificar la pulcritud del Poder Legislativo este debe ser totalmente independiente y haber sido electo con toda transparencia.
Los totalitarios no creen en poderes distintos a los del Jefe, el manda y los demás obedecen. Las leyes se promulgan cada vez que el las crea necesarias, se interpretan a su manera, y se cambian cuando ya no sirvan a sus propósitos. El Estado se administra como su propio coto de caza. Sus legisladores son recaderos y sus jueces son verdugos.
Los liberales consideramos que la Justicia y la Libertad tienen que ir siempre hermanadas, una no puede subsistir sin la otra. Por eso la imparcialidad de los jueces es insoslayable, hay que sentenciar los delitos independientemente de quien los cometa y evitar que la supuesta importancia del delincuente influya en las decisiones. Esa es la razón de representar a la Justicia con los ojos vendados. La impunidad es uno de los peores daños que se cometen contra la estabilidad y la Libertad de una sociedad.
Los totalitarios administran su Justicia como los antiguos inquisidores “ dentro de nuestro credo todo, fuera de el nada “, o sea, se pueden cometer los más horrendos crímenes y seguir disfrutando de los privilegios del sistema y, sin embargo, ir a dar a prisión solamente por opinar en contra. Pero, no se piense que no existe posibilidad de apelación, para eso existe el JEFE, en última instancia el decidirá quien, como y cuando alguien debe ser condenado.
Los liberales, en las relaciones internacionales creemos firmemente en la máxima de ese gran pensador liberal mejicano Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz”. En la medida que se observe esta regla de oro se evitaran los conflictos armados, que solo traen destrucción y muerte. Ningún país tiene derecho a usar la fuerza, la subversión o el terrorismo para imponer su forma de vida. El liberalismo seguirá extendiéndose por el mundo únicamente por el fruto de su ejemplo, cada vez más difícil de ocultar con el vertiginoso desarrollo de los medios de comunicación. No es casualidad que los países más ricos del mundo son todos democracias liberales o semi-liberales, mientras que dictaduras totalitarias como Cuba, Corea del Norte y Zimbawe se encuentran entre los pueblos mas miserables y oprimidos. Y esta verdad tan evidente es cada vez más accesible.
Los totalitarios nunca han respetado las fronteras, cada vez que calculan sus fuerzas superiores a las de sus vecinos los invaden, afortunadamente a menudo se equivocan. Recientes están los ejemplos de Hitler, Stalin, Mussolini, Mao y Castro. Consuetudinarios invasores, imbuidos todos de la creencia que el resto del mundo estaría mucho mejor sometido a ellos, o al menos eso trataban de inculcarles a sus desdichadas victimas. Aspiran a la obediencia, no a la convivencia. A la sumisión, no al respeto.
Los liberales, como José Martí, creemos en el respeto a la dignidad plena del hombre. No puede justificarse el atropello de los derechos del ciudadano aludiendo a supuestas agresiones externas. El Estado debe garantizar la integridad física de sus habitantes en toda circunstancia. Los principios establecidos en la Declaración Universal de los derechos humanos solo deben ser restringidos en casos muy extremos y siempre mediante el debido proceso legal.
Para los totalitarios sus oponentes no son considerados seres humanos, los calificativos varían : gusanos, vendepatrias, traidores y por lo tanto no se les puede reconocer ningún derecho. Hay que aplastarlos, someterlos al escarnio público y destruirlos. La persecución política es feroz y no admite ningún límite. Son los creadores del genocidio ideológico.
Los liberales creemos en el sistema de libre empresa, que el Mercado es el mejor planificador y sólo debe ser regulado para asegurar la libre competencia que propicia la calidad de la producción y el precio más económico para el consumidor. No combatimos a los ricos, solo a aquellos que utilizan sus recursos para abusar de los que no lo son. La riqueza honestamente adquirida debe ser siempre un motivo de orgullo. Las sociedades con mayor número de ricos también son las que tienen menor cantidad de pobres.
Los totalitarios creen que un grupo de obedientes profesionales son capaces de planificar la economía, que pueden estimar todas las necesidades de la población y decidir que se produce, quien lo va a producir, en que cantidad y como van distribuir los productos. Se supone que la distribución sea igualitaria, pero la experiencia nos muestra que en estos regímenes los Jefes son mucho más iguales que los demás. El resultado, además del estancamiento económico, es un pueblo en la miseria regido por opulentos burócratas. Por eso un dirigente chino de la nueva ola dijo que Mao, por evitar que un millón de chinos manejaran un Mercedes Benz obligó a mil millones de chinos a andar en bicicleta.
Los liberales propiciamos la cooperación entre todas las clases. En la manera que empresarios, obreros, campesinos, intelectuales y gerentes trabajen armoniosamente, la sociedad en general se beneficiará con más y mejor producción. Todos los sectores laborales son importantes y los gobiernos nunca deben apoyar uno en detrimento de otro y mucho menos promover el odio y el conflicto entre ellos.
Los totalitarios piensan que solo a través de la lucha de clases se llega al poder y se alcanza el Nirvana comunista o fascista, según sea el caso. Por lo regular, utilizan a la clase obrera como tropa de choque contra el resto de la sociedad aunque también han hecho uso de los campesinos como Mao en China, en definitiva, al final los que gobiernan son los dirigentes del Partido. Los resultados están a la vista en Cuba y Corea del Norte, no se puede promover el progreso de un país generando el odio de clases y ejerciendo la opresión sobre el resto de la sociedad.
Los liberales creemos que los padres tienen todo el derecho de mandar a sus hijos a las escuelas que, en su criterio, puedan darle la mejor educación. Los gobiernos deben propiciar la mayor cantidad posible de centros de enseñanza e investigación, así como un amplio sistema de becas basadas en los méritos escolares, para que no quede un solo niño sin recibir la oportunidad de ser competitivo cuando se convierta en adulto y para que la sociedad no desperdicie ninguna capacidad por falta de recursos.
Los totalitarios piensan que el Estado debe imponerles a todos un sistema de educación único y que este debe utilizarse para crear un nuevo tipo de ciudadano que responda a sus intereses. Ya la Unión Soviética lo intentó durante más de setenta años y fracasó estrepitosamente porque el ser humano no es susceptible de ser modificado en su esencia por ningún tipo de adoctrinamiento. El anhelo de libertad y de posesión pueden ser reprimidos pero nunca eliminados.
Los liberales creemos, como Simón Bolívar, que el mejor gobierno es aquel que procura la mayor suma de felicidad para sus ciudadanos. Esto se logra protegiendo sus vidas y propiedades, facilitándoles el desarrollo de sus facultades con un amplio sistema educativo, propiciando un adecuado acceso a la atención médica necesaria, proporcionándoles un sistema judicial independiente donde puedan dirimir sus diferencias de acuerdo a la ley y la concientización de que el Estado existe para la protección de todos los ciudadanos y no para hacer la felicidad del gobernante.
Decía otro ilustre liberal, Thomas Jefferson, que cuando un gobierno es lo suficientemente grande para proporcionarle a sus ciudadanos todo lo que necesitan también será tan fuerte como para quitarles todo lo que tengan. Este genial pensador hizo esta contribución a la ciencia política un siglo antes que Lenin y Stalin elevaran el totalitarismo al rango de represión científica. La humanidad había conocido dictaduras feroces y despotismos crueles pero nadie había perfeccionado el sometimiento y control sobre la población a un nivel tan perverso y degradante.
El liberalismo combate la pobreza de la manera más efectiva, apoyando al pobre a que superar su condición sin lastimar su dignidad, proporcionándole las herramientas necesarias para que mejore su situación con su propio esfuerzo. Cuando vemos personas sin brazos pintando con la boca o los pies y personas con impedimentos físicos serios participar en olimpiadas nos convencemos que solo permanece en la pobreza el que se resigna a ser pobre. Por el contrario, los totalitarios utilizan la limosna para mantener a los pobres supeditados a ellos, para utilizarlos como tropa de choque, brigadas de respuesta rápida y turba obediente para reprimir a sus opositores. Necesitan mantenerlos en la pobreza para que permanezcan dóciles a sus órdenes y caprichos.
Los liberales, en resumen, creemos que debe acatarse siempre la voluntad de la mayoría libremente elegida, pero, a la vez, debe respetarse la opinión de la minoría y garantizársele total funcionabilidad para que tenga oportunidad de convertirse en mayoría si así lo decide el pueblo en futuras consultas. En fin, de la libre competencia de ideas y planteamientos saldrán las mejores soluciones a los problemas que confrontan las sociedades.
Publicado por Hector Carbonell Arenas, en May 9, 2010.
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