Palabras de Su Majestad el Rey al mundo de la cultura al depositar en la Catedral de Cuzco las cenizas del Inca Gracilazo de la Vega
Cuzco (Perú), 25 de noviembre de 1978
Señor Prefecto del Departamento, señores Arzobispo y Alcalde del Cuzco, autoridades, señoras y señores, hemos venido a rendir, en la figura eximia de Garcilaso, un homenaje, profundo y sentido, al mestizaje. Desde la catedral de Córdoba -mezquita de las mil columnas en su origen-, donde, por expresa manifestación de su voluntad, reposan sus restos en una capilla por él donada, llegamos a esta imponente catedral del Cuzco con una parte de sus cenizas.
Dos iglesias arzobispales se hermanan así hoy, por virtud de los restos de un varón memorable de las armas y de las letras, como hermanados estuvieron dos pueblos que supieron de grandezas.
En esa ciudad imperial que fue el Cuzco del siglo XVI, la historia discurría por caminos trascendentes para América y para España. Fundidas las sangres de dos continentes, un capítulo decisivo se abría para la humanidad, porque nacía también una realidad que abarca hoy más de veinte naciones.
Un pueblo como el español, veterano durante siglos de mestizajes biológicos y culturales en su propio solar, trasladaba sus tradiciones vitales al nuevo mundo recién descubierto. Y a su impulso un nuevo hombre nacía, en América, como promesa singular y fecunda.
Junto al hombre surgía asimismo una sociedad, amalgama de usos y costumbres de ambos influjos, creando un estilo de vida hasta entonces inédito. La flora y fauna de dos continentes se intercambiaron; los asentamientos humanos, los cultivos agrícolas y la organización social, incorporaron técnicas de una y otra procedencia.
El cristianismo se extendió con un impulso desconocido desde los albores de la Edad Media, y su sentido ornamental se enriqueció con nuevas vivencias estéticas.
El Inca Garcilaso de la Vega es la encarnación temprana de ese gran mestizaje y de su primer reflejo en nuestra literatura. Cronista sublime, con su estilo claro y sencillo de gran escritor, abre con broche de oro la aportación americana a la común historia de nuestras letras. Sus Comentarios Reales, testimonio vivo e inmediato de las grandezas incaicas, contribuyeron al primer esfuerzo por difundir en el viejo continente el conocimiento de una América recién descubierta.
Su obra describe el ayer de sus antepasados, los incas, de los que se siente profundamente orgulloso. Relata, igualmente, con detalle, la segunda fundación del Cuzco, cuyo Acta de 1534, en su redacción íntegra, rescata del olvido Raúl Porras, al tiempo que recomienda su lectura como «uno de los más hermosos documentos de la conquista y enaltecedores del alma hispánica». Son palabras de este autor, que él mismo justifica, al decir que el Acta «establece la unidad del género humano desde la primera pareja bíblica y de ella deriva la hermandad de todos los hombres, postulado ético que preside toda la colonización».
Pero Garcilaso recoge también las primeras notas del trauma que acompañó al mestizaje. Asoman en sus Comentarios la violencia y la injusticia, que otros denunciarían con mayor pasión, en polémicas que se hicieron famosas.
El mestizaje se consumó en el dolor y la grandeza, notas que conviene en justicia señalar. Pero con el mismo rigor importa decir que, si el dolor acompañó a toda conquista, la grandeza, por regla general, estuvo históricamente ausente. En la de América, no.
Al estar hoy aquí, en el Cuzco histórica capital que Garcilaso llevó en su corazón, cuando a España se trasladó, a los veinte años- el momento es propicio para evocar el pasado.
Los hombres que llevaron a cabo la empresa titánica del descubrimiento y asentamiento en América no vinieron solos. Invocando el nombre de una Corona, vinieron también con ellos el Estado, la Iglesia y sus correspondientes instituciones. Un Estado que, de arranque, cuestionó sus propios derechos; una Iglesia que los condicionó a la obra evangelizadora y una Corona que supo asumir ambas preocupaciones.
La legislación que emanó de aquellas circunstancias es testigo de esta realidad.
En todo el Derecho de Indias late un profundo sentido ético y religioso. El Tratado de Tordesillas y el testamento de la Reina Isabel son los primeros hitos. El estudio de la legislación revela más tarde que su sentido profundo es obra de moralistas y teólogos antes que de juristas.
La historia no registra, ni antes ni después, el caso de otro poder dominante que haya tenido tal grado de preocupación moral y jurídica por sus conquistas; y no esperó para ello al ocaso, sino que se planteó la cuestión desde sus comienzos.
Como toda obra humana, la de España en América será siempre objeto de elogios y críticas acerbas. La polémica no se ha cerrado. A la España de hoy, que mira el futuro, pero que no renuncia a su pasado, le resulta ajena, tanto la mitificación a favor como la contraria. No se reconoce en ninguna de ellas.
Pero proclama, en cambio, fe en el mestizaje resultante, del que se siente parte, como una nación hermana más.
Al entregaros hoy estas cenizas del Inca Garcilaso de la Vega, como Rey de España y en nombre de mi patria, quiero hacer patente esa nuestra solidaridad mestiza y el compromiso que ello representa. Más que de una dimensión biológica, se trata además, y sobre todo, de una vigencia cultural.
Garcilaso, símbolo real de esa evidencia, queda, así en América como en España, como testimonio ejemplar.
Señor Alcalde del Cuzco, quiero agradeceros, en nombre de la Reina y en el mío, este fraternal recibimiento y el honor que nos dispensáis al declararnos huéspedes ilustres de la ciudad, con la entrega de sus llaves.
Admirados por la riqueza de vestigios históricos y artísticos de vuestra monumental capital, comprobamos la justicia de la fauna turística de que goza. Al contemplar la ciudad desde la altura, vuelve al recuerdo la frase de Cieza de León: «El Cuzco tuvo gran manera y calidad; debió ser fundado por gente de gran ser.» Pienso que tenía razón.
Muchas gracias.
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